Nota de La Boina: «Crítica a la democracia» y «Las elecciones» es una parte del Capitulo 2 del libro «Repensar la Anarquía» [Descargar Aquí] del profesor Carlos Taibo, «Democracia delegativa, democracia directa«.
«Carlos Taibo Arias (Madrid, 12 de mayo de 1956) es un escritor, editor y profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid.
Taibo es firme partidario del movimiento antiglobalización, del decrecimiento,1 de la democracia directa y del anarquismo. Suya es la frase «La globalización avanza hacia un caos que escapa a todo control». Ha criticado duramente la lógica del crecimiento económico, desligándolo del progreso y bienestar, debido a que el crecimiento económico afecta a todas las esferas: social, económica, política.»
Es autor de los libros:
- Movimientos antiglobalización. ¿Qué son? ¿Qué quieren? ¿Qué hacen? Los Libros de la Catarata, Madrid, 2007.
- En defensa del decrecimiento. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2009.
- Rusia en la era de Putin. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2006.
- Movimientos de resistencia frente a la globalización capitalista. Ediciones B, Barcelona, 2005.
- El Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo. Los Libros de la catarata, Madris, 2016
- ¿Tomar el poder o construir la sociedad desde abajo?
- Entre muchos otros.
Cabe destacar que Carlos Taibo estuvo con nosotro/as en la región chilena el año pasado quien tuvo la amabilidad de exponer en Casa Volnitza (2006-2016). El audio fue compartido por lo-as compañera-os de Noticias&Anarquía [Escuchar charla aquí]
Al final del texto compartiremos algunas charlas de Carlos Taibo, para quienes les interese puedan profundizar sus ideas. Específicamente compartimos las charlas de Repensar la Anarquía y el Colapso, ya que son los mas novedosos. El primero un libro lanzado en el 2013, y el segundo en el 2016. Debates que debemos profundizar.
Crítica de la democracia
«El sistema representativo, lejos de ser una garantía para el pueblo, propicia y garantiza, por el contrario, la existencia permanente de una aristocracia gubernamental que actúa contra el pueblo» Bakunin

Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid y pensador libertario
Pese a que lo común en el pensamiento libertario es que se reivindique la democracia directa, lo cierto es que cada vez hay más personas que parecen concluir que, habida cuenta de la degradación experimentada por la propia palabra democracia, igual ha llegado el momento de buscar términos menos gastados. Esto aparte, aunque muchos pensadores libertarios distinguen, en cuanto a grado de perversión, unas u otras formas de poder político, procuran no engañarse sobre el sentido de fondo de la democracia liberal. Con respecto a ésta se habla a menudo de farsa y de explotación, de desigualdad y de injusticia, de ilusión de la representación y de manipulación desde los medios al servicio del poder.La crítica libertaria de la democracia liberal sugiere que esta última, pese a la retórica, nada tiene que ver con el cacareado principio de la mayoría: se inspira, antes bien, en minorías directoras que generan de manera coactiva consensos interesados y reprimen todo lo que opera en contra de estos últimos. Curioso es que se postule el principio de «un hombre, un voto» para apuntalar un sistema asentado en la que al cabo es una organización científica e inamovible de la desigualdad que hace uso, eso sí, de una aparente pluralidad desarrollada en circuito cerrado. Para que nada falte, en fin, la democracia liberal parece inexorablemente vinculada con el aprestamiento de un grupo humano parasitario. «El sistema representativo, lejos de ser una garantía para el pueblo, propicia y garantiza, por el contrario, la existencia permanente de una aristocracia gubernamental que actúa contra el pueblo» (Bakunin).
Pero hay que preguntarse también por qué la democracia liberal deja manifiestamente fuera de su alcance la economía y el mundo del trabajo, o, peor aún, subordina el sistema político a los intereses de poderosas empresas privadas. De la mano de un proyecto que atiende al visible propósito de ratificar los privilegios de los poderosos, la mayoría se ve paradójicamente excluida de la toma de decisiones. Mientras el poder económico se concentra, otro tanto ocurre con el político en un escenario lastrado por la oligarquía y la desigualdad. La democracia liberal acarrea, en suma, una agresión en toda regla contra todo tipo de organización alternativa, horizontal e igualitaria. De resultas, niega palmariamente la diversidad y procura cancelar por completo la posibilidad de buscar otros horizontes.
Subrayaré, en fin, que es evidente que la farsa democrática se ha perfeccionado: no presenta hoy los mismos perfiles que se revelaban en tiempos de Bakunin o de Kropotkin. Ha engrasado, así, y por un lado, los mecanismos de integración de la mano de la ilusión del consumo, de la generación de dependencias o del reconocimiento de ficticios derechos. Claro es que, en sentido contrario, y en los tiempos más recientes, resulta fácil apreciar una irrefrenable deriva autoritaria y un esfuerzo encaminado, no sin paradoja, a cancelar o mitigar la influencia de mecanismos de integración como los recién mencionados. El desastre del escenario político actual no es el producto de una deriva azarosa: surge, inevitablemente, de los cimientos de la democracia liberal y era acaso insorteable. Quien a estas alturas piense que la corrupción es un problema vinculado con determinadas personas y coyunturas mucho me temo que está esquivando el fondo de la cuestión.
Las elecciones
En el meollo de la democracia liberal están las elecciones. Me sigue fascinando el eco que estas últimas tienen en la cabeza de tantas gentes. Quien plantea otro horizonte debe justificar puntillosamente su opción, mientras pasan inadvertidas, en cambio, las ingentes miserias de la vía electoral. Los elementos más malsanos se imponen de forma extremadamente eficiente cuando se interioriza que la lógica a la que responden las elecciones es normal y democrática: no hay mejor manera de controlar a las personas y aniquilar las disidencias. Sorprendente resulta, en particular, el hechizo que las elecciones suscitan en muchas gentes de izquierda, que al parecer creen en ellas a pies juntillas. Es llamativo, por cierto, que haya dejado de escucharse al respecto un argumento que, vergonzante, en el pasado tuvo algún predicamento: el que llamaba la atención sobre la posibilidad de utilizar elecciones y parlamentos como plataformas para difundir ideas. Como quiera que las elecciones implican dejarlo todo en manos de otros que en el futuro habrán de resolver nuestros problemas y —cabe suponer— liberarnos, la creencia mítica en aquéllas es un indicador de desesperación y una dejación de la acción. Esta circunstancia resulta tanto más llamativa cuanto que, en el caso de los libertarios, la crítica de las elecciones se asienta por igual en preconceptos sólidamente asentados — ante todo el que reclama un rechazo constante de la delegación— y en una cruda y empírica reflexión sobre la realidad del presente. Porque no está de más recordar que en las elecciones se dan cita el atontamiento e ignorancia previos de la población, que suele desconocer por completo los programas de los partidos a los que vota; una dudosa representación de la voluntad de la mayoría, en la medida en que los partidos ganadores —con estructuras internas nada democráticas— consiguen porcentajes reducidos de voto, tanto más si se considera la abstención; dramáticas diferencias en lo que hace a los recursos a disposición de esos partidos, o sistemas electorales comúnmente injustos. Para que nada falte, y como ya he tenido oportunidad de señalar, la economía queda casi por completo al margen de las decisiones de los parlamentos, el poder judicial colabora activamente, sin independencia alguna, en la trama general, otro tanto debe decirse de los medios de incomunicación y menudean cada vez más los discursos tecnocráticos que sugieren que los problemas principales no son políticos, sino meramente técnicos. Por si algo fallase, ahí están, en la recámara, los estados de excepción y los golpes de Estado, acompañados de un horizonte, el de la represión, que no amaina. ¿Dónde queda entonces la soberanía popular? Los votantes son los extras que trabajan, gratis, en una película-farsa, la de la democracia, en la que «la libertad ha quedado reducida a elegir tu marca de detergente en los pasillos de un centro comercial».
Con semejante panorama no puede sino sorprender una crítica de las prácticas libertarias —una crítica de la abstención electoral— que muchas veces se ha expresado desde la trinchera de organizaciones y gentes que se reclaman del pensamiento de Marx: la que afirma que, 4,8 al no participar en elecciones e instituciones, los libertarios dejan el camino expedito, en estas últimas, a las fuerzas del capital. Como si no hubiese ejemplos consistentes y constantes de la inutilidad de elecciones e instituciones, y, más aún, de la capacidad que la democracia liberal muestra a la hora de absorber a quienes deciden acatar sus reglas. Sólo puede calificarse de ingenua la doble conclusión de que esa forma de aparente democracia abre el camino, sin cautelas, a opciones rupturistas y carece de mecanismos para evitar eventuales desperfectos generados en el edificio del capitalismo; «si las elecciones permitiesen cambiar algo, habrían sido abolidas», reza un lema bien conocido. Más sensata parece la conclusión de que la abrumadora mayoría de los progresos alcanzados por los trabajadores poco o nada han tenido que ver con la vía electoral. De hecho, la crisis general del sindicalismo de pacto guarda una relación obvia con la primacía otorgada a esa vía, encargada de desangrar muchas de las instancias de combate de antaño. Porque, y al cabo, desde arriba, desde las instituciones, ¿acaso se tira emancipatoriamente de las gentes y se consigue que éstas hagan lo que en otras condiciones no harían?
Cierto es que en el mundo libertario la cuestión de las elecciones ha suscitado polémicas de alguna vivacidad. Ojo que no estoy pensando ahora en la discusión, ontológica, sobre el voto: salta a la vista que no es lo mismo ejercer el voto en grupos de adscripción voluntaria que hacerlo en el marco de elecciones reguladas, interesadamente, por las instituciones. Pero, más allá de ello, y en relación con esas elecciones reguladas, hay quienes piensan que hay que reivindicar orgullosamente la abstención y hay quienes estiman que lo que procede es, sin más, olvidarlas. Quienes se emplazan en esta segunda posición suelen aducir que reclamar la abstención es en los hechos otorgar a las elecciones un relieve que no les corresponde y, en cierto sentido, participar en ellas. El que pasa por ser el principal teórico del anarquismo hispano, Ricardo Mella, abrió la que acaso es una tercera vía de acción: la que invitaba a respetar, sí, la decisión de votar, pero llamaba la atención sobre la necesidad de volcar el peso de la atención en la acción directa cotidiana, mucho más importante y efectiva. (Ricardo Mella: «Vota, pero escucha», en Solidaridad Obrera, n° 24, Gijón, 25 de diciembre de 1909.)
Carlos Taibo, Repensar la Anarquía
Carlos Taibo, Decrecimiento como alternativa
Carlos Taibo, El Colapso
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