«El anarquismo no es solo la reacción natural contra la autoridad» Élisée Reclus

Carta enviada por Élisée Reclus, al profesor de la Academia de Lausanns, Georges Renard, el 2 de Junio de 1888. Donde el geógrafo ácrata le expone a Renard que en su libro Ensayo sobre el Socialismo, que si bien lo considera que esta bien escrito, el autor comete algunos errores de precisión en torno al anarquismo, en los cuales Reclus gentilmente corrige.

La carta esta extraída del libro «Élisée Reclus, Correspondencia de 1850 a 1905» de entre las páginas 223-228

ReclusPortada

Al señor Georges Renard,
profesor de la Academia de Lausanna
Clarens, 2 de Junio de 1888

Señor:
Ha tenido usted la amabilidad de enviarme sus Estudios sobre la Francia Contemporánea, y yo, sin embargo, a causa de un accidente, cometí la falta de atención y de ingratitud de no leerlos inmediatamente. Le ruego me disculpe, y me disculpe doblemente, pues voy a permitirme disponer de dos minutos de su tiempo para someterle algunas observaciones. He de limitarme, naturalmente, a hablar del estudio que leí primero, atraído por el título: me basta que trate de las ideas que me producen alegría y expresan mi razón de ser, y sin las cuales no sabría sostener el combate de la vida.

Su Ensayo sobre el Socialismo está escrito con una claridad y una sinceridad que me encantaron. No estamos habituados a leer estudios de tal valor. Las obras conocidas que han sido publicadas acerca de esas materias son por regla general recopilaciones de injurias y de necedades, o bien testimonian una prodigiosa ignorancia de los hechos. Su juicio, por el contrario, es siempre perfectamente equilibrado en la intención, siempre en el noble pensamiento y en la expresión, siempre apoyado sobre un examen leal de los hechos. Tal imparcialidad frente a un mundo de odios, prueba que su simpatía profunda se inclina hacia los hombres rebeldes: «Quién no está contra nosotros está con nosotros«.

Si fuera preciso ser breve, arriesgaría algunas objeciones relativas a diversas partes de su memoria, que tratan de las escuelas socialistas que no son la anarquista, pero por temor de enviarle una epístola, me limitaré estrictamente, como libertario, a defender mi causa.

En primer lugar, niego la veracidad de una nota puesta por usted como «al pasar«, y yo me opongo a ella porque usted extrae una conclusión que sería de suyo gravísíma si fuera verdad. Dice usted que la «doctrina anárquica ha conquistado sobre todo adherentes en los países menos libres y en los más libres: tuvo aceptación en Rusia por una parte, y por otra en Inglaterra y en Suiza; fué en un país la reacción natural contra el exceso de autoridad; fué en los otros el desarrollo totalmente natural de las instituciones liberales» (pág. 190).

 Hallándome en el caso de redactar, por así decirlo, todos los días, la lista de nuestros camaradas y de los grupos que que están más o menos próximos a nuestra manera de ver, puedo afirmarle con toda seguridad que está usted equivocado. Los nombres de Bakunin y de Kropotkin lo traen a equívoco en lo que se refiere a Rusia, pues estas dos personalidades, más que semi-occidentales por educación, se hallan como aisladas en el movimiento ruso. Bakunin, el portavoz de los hegelianos en la Universidad de Moscú, no se convirtió al anarquismo sino en París, y fué igualmente en el extranjero, después de su fuga de Siberia, donde agrupó a los anarquistas en torno suyo. Entre los agrupados se hallaban algunos rusos, seducidos por su vehemente elocuencia, por la genialidad de sus ideas, llevados naturalmente, como compatriotas y compañeros de destierro, a acercarse a un hombre de tal valor; pero después de la muerte de Bakunin, ninguno de los rusos discípulos suyos, se quedó entre nosotros. En cuanto a Kropotkin, también abrazó el anarquismo en el extranjero, y es en París donde vive el hombre cuya palabra fué decisiva para él. Pero entre los rusos, Kropotkin permaneció solo: Está radicado en Londres, donde todos los rusos son amigos suyos, y no hay ninguno que participe enteramente de sus ideas. Todos son más o menos constitucionalistas, todos están, impresionados todavía con el Estado, todos siguen de lejos el movimiento que conduce a la juventud rusa hacia los caminos de una revolución con ideal parlamentario

Históricamente no es pues el anarquismo «la reacción natural contra los excesos de autoridad«. El esclavo que se rebela contra los latigazos no aprende la práctica de la libertad con un golpe vengativo; el estudiante que se emancipa proclamándose ateo e inscribiéndose como francmasón, no deja de conservar por ello la huella envilecida de su educación burguesa; el árbol que vuelve a erguirse con frecuencia después de haberse curvado, pierde su gracia y queda torcido. Los países donde los anarquistas son muy numerosos, son aquellos en donde los espíritus se han liberado desde hace mucho tiempo de los prejuicios religiosos y monárquicos, en que los antecedentes revolucionarios han hecho vacilar y sacudir la fe en el orden establecido, en que la práctica de las franquicias comunales han ya acostumbrado y predispuesto a los hombres a privarse de amos, en que el estudio desinteresado desarrolló pensadores al margen de los cenáculos. Allí donde esas condiciones diversas se encuentran, allí nacen los anarquistas. Están primeramente en Francia, después en Cataluña, en la Italia del Norte, en Londres, entre los alemanes de Estados Unidos, en las repúblicas hispano-americanas, en Australia, donde el anarquismo tiene mayor número de adeptos. La raza no interviene, no tiene valor; la· educación lo es todo.

Podría citarle una pequeña ciudad del mundo en donde, guardadas todas las proporciones, los anarquistas constituyen el grupo más considerable y más serio. El nombre no hace al caso, y no lo diré porque las circunstancias económicas puedan trasladar dicha preminencia a otra ciudad cualquiera. Lo que importa es saber el por qué de este estado de cosas. y en la ciudad de que le hablo, viven numerosísimos obreros inteligentes y estudiosos, que fueron encarcelados durante varios años como revolucionarios. Al volver a la vida civil, después de haber consagrado su tiempo de cautiverio al estudio y a la discusión seria, esos obreros tuvieron otra suerte, la de hallar un trabajo suficientemente remunerado que les aseguraba a la vez el pan y el tiempo libres necesarios para el trabajo intelectual. La industria prospera en esa ciudad, y además está organizada de modo que deja al obrero dueño de su propia labor de artesano: la embrutecedora fábrica, con su disciplina feroz y su inepta división del trabajo, no lo ha esclavizado aún. De tal manera que todas las condiciones favorables se reúnen para darle un valor muy alto a este grupo de amigos: inteligencia, estudio, trabajo y ocio alternados. Imposible observar y oír a esos apóstoles, sin comprender que un nuevo mundo se prepara, conforme a un nuevo ideal!

Esperando todo de la educación, no podríamos «temer las reformas«, como usted dice (pág. 194). Tan sólo ocurre que no queremos engañamos con palabras y buscamos penetrar en el fondo de las cosas. No basta que nos alaben las reformas para que creamos en ellas. Si vienen, por ejemplo, a elogiarnos el sufragio llamado universal como expresión leal de las voluntades iguales del rico y del pobre, del abogado y del pleiteador, alzamos los hombros; sabemos que esa pretendida igualdad no es más que un cebo y que el sufragio de abajo no hace más que sancionar de antemano las iniquidades de arriba. No hay en ello entonces ninguna reforma. Todo lo más que podemos reconocer es que esa hipocresía es a su vez un «homenaje tributado a la virtud», y preferimos vivir en un país de gobernantes elegidos por sufragio que en un imperio donde el amo reina únicamente con el látigo o por puro derecho divino. No es que el sufragio -pretendida reforma- nos convenga, sino que está acompañado, gracias a las revoluciones anteriores, de un estado intelectual y social que es ya, en parte, el de la ciencia y de la libertad.

Por elevado que sea nuestro ideal, es sin embargo poca cosa comparándolo a los progresos imaginables; sería pues un engaño de parte nuestra, so pretexto de posibilismo, atenernos a nuestra concepción de una sociedad justa y agitar. Nos por obtener falsas reformas, más o menos endulzadas por una mínima porción de justicia. Lo que debemos hacer durante esta vida pasajera, es decir honesta y simplemente nuestro pensamiento, e impulsar con todas nuestras fuerzas la realización de lo que creemos es la verdad., Sin duda la historia nos dice que nuestra revolución, por enérgica y leal que la deseemos, no será no obstante más que una evolución mínima y no conducirá provisoriamente más que a reformas, pues la ley del paralelógramo de las fuerzas es verdad en historia como en mecánica; pero habremos por lo menos cumplido con todos nuestros esfuerzos para que la resultante esté situada 10 más áproximadamente posible de la línea recta. Serán todas las fuerzas coaligadas por la resistencia las que habrán llevado a la humanidad por el camino oblicuo en lugar de ir derecho, delante de nosotros. Video meliora, deteriora sequuntur. Pero cuanto mejor veamos, menos mal marchará la torcida muchedumbre que nos sigue.

Y ahora quiero preguntarle por qué no decide usted mismo, ¿si es verdad -sí o no- (pág. 192) que en todo organismo la célula obedece a sus afinidades? No tiene necesidad para formarse una opinión, de oponer naturalista a naturalista.(¹) Todos concuerdan en el fondo, sean cuales sean los sofismas que colocan delante para justificar las desigualdades de las que se aprovechan, puesto que cada uno profesa la moralidad de su interés. Un profesor que forma parte, como Haeckel, del «cuerpo de guardia de los Hohenzollern», o bien otro profesor que quiera someter a los hombres al dominio de los sabios como Huxley, pueden tanto como les plazca oponer la cabeza al vientre, el flúido nervioso a la linfa;· están obligados a declarar también que la célula, comparable al hombre en la sociedad, se asocia y disocia sin término, viaje sin fin en el inmenso torrente de la vida, alternativamente nutrición, sangre, carne y pensamiento.

No hay más células craneanas que reyes por derecho divino, ni células ventrales que pueblo a lo Menenio Agripa nacido para trabajar y callarse. Haga usted lo que haga, obrará siempre como una libre célula viajera, no consultará más que con usted mismo para sentir y pensar. No aceptando las ideas ajenas sino después de haberIas hecho suyas, no teniendo más amos, será usted en bondad y en voluntad, libertario. Deje usted que también lo sean los demás. En su esencia, el anarquismo no es más que la tolerancia perfecta, el reconocimiento absoluto de la libertad ajena. Y si la humanidad puede desembarazarse de todos sus educadores, sacerdotes, académicos, politécnicos y reyes, si no perece corno flor que cae antes de dar su fruto, cuando se abra será la libertad, la anarquía entre hermanos.

Le saluda respetuosamente.

Eliseo Reclus

Citas:

(¹) Renard había citado contra la doctrina libertaria la opinión de Haeckel, según la cual, a medida que uno se eleva en la escala de los seres, observa la concentración de las partes, y su recíproca dependencia vuélvese cada vez mayor. Había citado en favor de la doctrina anarquista la opinión de De Lanessan, según la cual autonomía y solidaridad serían las bases de una sociedad que pudiera construirse sobre el modelo de los seres vivientes. Y agregaba luego: «que otro decida si la ciencia autoriza a los anarquistas a llevar tan lejos como lo hacen el fanatismo de la libertad«

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