
Cuenta González Vera, del ambiente anticlerical que le tocó presenciar en el marco de una conferencia dada en Santiago por Belén de Sárraga hacia 1913, y a la cual había asistido acompañando al pintor anarquista Valdebenito: “Abajo, la platea parecía duelo: trajes negros, bigotes de largas guías y voces engoladas. Arriba se apretujaba la multitud espontánea. Obreros fervorosos gritaban: -¡Viva el libre pensamiento! ¡Viva el Comunismo Anárquico! ¡Viva la Revolución Social!”(1). Como ya se ha dicho, la Iglesia, junto al Estado y la Burguesía constituían los principales motivos de crítica de los anarquistas. La cuestión no era única de ellos, pues es evidente que a esa reunión había asistido diversidad de tendencias, desde radicales y liberales hasta anarquistas y librepensadores.

Belen Arriagada en Antofagasta, 1913.
Desde mediados del siglo XIX los liberales habían sabido unir la causa del progreso modernizador a la de la secularización de la sociedad, encontrando en el anticlericalismo un excelente elemento movilizador, transformándolo en una especie de subcultura política, una forma de entender la sociedad y contemplar la vida surgida de la interacción y la inf luencia recíproca entre la cultura popular y las elaboraciones de los intelectuales anticlericales. Es importante destacar, no obstante, que desde sus comienzos esta nueva mentalidad que embestía animosamente contra el clero haciéndole responsable, entre otras cosas, de frenar los avances del país, sumiéndolo en las tinieblas del atraso y el oscurantismo, tuvo su correlación con el surgimiento de otra que, en paralelo, defendía a capa y espada las virtudes del clericalismo y su preponderancia en la sociedad. (2)
Este enfrentamiento se intensificaría durante las primeras décadas del siglo XX acorde con una profundización del discurso y prácticas anticlericales. Al respecto, una cuota importante en esta profundización correría por parte de los anarquistas, quienes llevarían dicho discurso a una serie de prácticas cotidianas, que ciertamente le alejaban de las demás tendencias anticlericales. Pero ello no era toda la originalidad del anticlericalismo anarquista. Había también una raíz ética bien marcada, y que ciertamente le diferenciaba de los demás anticlericalismos.
Antiteísmo anarquista
Es importante destacar aquí que no nos referimos a la actitud de los anarquistas ante Dios, sino ante la Iglesia y el clero. Veamos brevemente lo primero. Ante Dios, la actitud de los anarquistas era antiteísta, es decir, veían en Dios, el origen de toda opresión al convertir al hombre en esclavo. Con ello, la idea de Dios automáticamente implicaba la anulación de la libertad humana. Como bien destaca Litvak, para los anarquistas Dios es el soporte de la imagen del Estado. Mientras tengamos un amo en el cielo, seremos esclavos en la tierra. Dios, como fuente de autoridad, es la sacralización de la esclavitud. El anarquismo en su búsqueda de un horizonte humano, debía eliminar ambas tiranías. Tal cual se expresa en el conocido poema de Miguel Rey Dónde está Dios :
“Manantial de discordia soberano
que has muerto siempre
en fratricida lucha
El primordial derecho del humano
Homicida creación, mentira odiosa”
De ahí que, especialmente pensadores como Proudhon y Bakunin, no sólo se convertirían en ateos, sino que plantearían luchar directamente contra la creencia de Dios. De este modo, si realmente se pretendía la libertad, se debía partir de extirpar de las mentes cualquier creencia, pues ello implicaba una sumisión y esclavitud.

Pero además, había en este ateísmo, la idea de que la religión se contraponía a la razón, a la ciencia, a las explicaciones científicas de los fenómenos.
Desde este punto de vista, las creencias religiosas eran una barrera oscurantista al progreso y la verdad. “La religión, -tal cual se señalaba en Verba Roja-, el conjunto de errores y mentiras forjadas por la ignorancia de los tiempos primitivos, mezclados de fábulas y simbolismos, que representan las ideas de los primeros hombres respecto de la naturaleza, falseados después y que han acabado por envenenar a la Humanidad, destruyendo la razón en ella: tal es la esencia de todas las religiones. Hoy, la religión es un instrumento admirable de opresión, y en todos los tiempos ha sido el enemigo jurado de la Ciencia y el Progreso a quienes ha combatido a sangre y fuego, torturado a los hombres más eminentes”.(3)
En “Doce pruebas de la inexistencia de Dios”, Sebastián Faure parte de un principio material para explicar la inexistencia de Dios. Contradiciendo aquello que dice que “Dios, de la nada hizo todo”, señala: “yo imagino, que no se encontrará ni una sola persona dotada de mediana razón que conciba cómo con nada puede hacerse alguna cosa; “el gesto creador es un gesto imposible de admitir, es un absurdo…”. Además, la idea de Dios se contraponía al vitalismo anarquista. Contra las creencias libertarias estaba la idea de la maldad del hombre, del pecado original y del menosprecio de este mundo. Para el catolicismo, el hombre era un ser maligno, pecador; por el contrario, los anarquistas conservaban una “fe en el hombre y sus destino”, amaban la vida y veían en ella la posibilidad de una sociedad ideal. Desde este punto de vista vitalista, no les costaría incorporar a Nietzsche a sus argumentos sobre la necesidad de extirpar toda erradicación de la idea de Dios. Ahora bien, si nos referimos al tema de fondo, el anticlericalismo, distinguimos varios elementos, tanto morales como propios del pensamiento ilustrado progresista y del pensamiento anarquista
Raíz ética del Anticlericalismo Anarquista
En el caso de los anarquistas, ¿por qué los reiterados ataques a la iglesia católica?, ¿Qué elementos diferenciaban al anticlericalismo anarquista de los anticlericalismos liberales, y los demás partidos republicanos? ¿Se daban similitudes en la forma de entender el anticlericalismo, y sobrellevar sus críticas, con los socialistas? ¿Cuáles son los elementos que componen este anticlericalismo anarquista?.
Un primer punto a poner sobre la mesa, es la “moral conformista” que proyecta y enseña la Iglesia Católica: esto es, “infundir en los pobres el desprecio de los bienes materiales, el desprecio a la imprescindible satisfacción de sus necesidades materiales, con el fin de ofrecerles el cielo y que, como legado de miseria, queden muertos para sí y para los goces de la tierra” enseñándoseles la “paciencia” y el “perdón de las ofensas e injusticias y la conformidad con los males ajenos a esta vida y a la diferencia de clases y condiciones”. Así se logra, “una masa creyente y humillada”, “respetuosa y obediente”, “ignorante y gregaria” (4).González Vera es claro al respecto: “Gracias a la iglesia, la masa mayor de nuestros semejantes cree que es natural, y todavía lógico, que unos cuantos caballeros ociosos sean dueños de las tierras, de las minas, de las fábricas y todos los medios que se utilizan en la elaboración y fabricación de los objetos que necesitamos. La iglesia grita desde sus mil púlpitos que es razonable la existencia de unos cuantos ricos porque sin éstos los pobres no tendrían trabajo…”(5). José Álvarez Junco recalca que no basta la explicación de “moral conformista”, mayor validez tiene para este autor el “oscurantismo” que proyecta la iglesia, como causa de este anticlericalismo:
“Clero hipócrita, salvaje
La oscuridad fue tu ciencia
No es tan negro tu ropaje
No es tan negro tu ropaje
Comparado a tu conciencia
Tu del pasado negrura
Y vergüenza del presente
Serás mañana basura
Y maldición de la gente”.(6)
Si analizamos la literatura anarquista, podemos concluir que la religión se presenta en ella como producto del miedo y la ignorancia de épocas primitivas, cuestión que, en la medida en que avanza la concepción racionalista-materialista poco a poco tendería a ir desapareciendo. Coincide por tanto en este y el punto anterior con los socialistas, pero también con los librepensadores y demás tendencias progresistas como lo eran los radicales y el Partido Democrático: “Los frailes odian a muerte toda evolución en el sentido de inculcar a las masas ideas que les enseñen a distinguir la verdad de la mentira” y, “el catolicismo, es hermano del feudalismo, del despotismo y de la plutocracia”, señalaba el demócrata “Juanito Zola” hacia 1904. (7)


Sin embargo, siguiendo al mismo Álvarez Junco, el anticlericalismo anarquista no tiene solamente fundamentos marcados en el oscurantismo y la “moral de sumisión” que proyecta y enseña a los pobres la iglesia. Su crítica, la base de su anticlericalismo, es ética, una ética que se basaba en la misma ética cristiana. Si revisamos las distintas manifestaciones en que es representado el clero, este aparece como un ser fanático, brutal, ignorante, corrupto, hipócrita, bélico, maléfico. Se hace mención de forma frecuente a sus “prácticas inquisitoriales”. De aquí que se nos plantee un tercer argumento para explicar el anticlericalismo: la traición del verdadero evangelio por parte del clero, al no seguir una vida humilde tal cual la de Cristo, sino apegada al lujo y los manjares. En este sentido, también estas palabras de González Vera: “Si la iglesia no hubiese traicionado a los principios cristianos, lo que hoy se llama orden lo sería de verdad y su inspiradora sería objeto del respeto común; pero la iglesia, comprendiendo sus intereses, prefirió agregarse a los fuertes y santificó la explotación de las mayorías”(8). Es recurrida la imagen del contraste entre Cristo (humilde) y el clero (lujoso, acaudalado). Así por ejemplo, resulta ilustrativo este artículo titulado “Cristo y el Cura” , original de Rafael Barrett, aparecido en El Sembrador:
“Cristo nació pobre y murió pobre. El cura nace pobre y muere rico. Cristo ha dicho que todos los hombres son hijos iguales de Dios. El cura dice que algunos tiene derecho a ser dueños y otros el deber de ser siervos. Cristo quería que le siguiese quien no tuviese dinero. El cura quiere que le siga el que tiene dinero y se lo dé. Cristo instruía a la plebe. El cura quiere su ignorancia. Cristo amaba a los niños para educarlos. El cura los acaricia para explotarlos y corromperlos. (…) Cristo lleva la cruz. El cura la hace llevar a los pobres. Cristo murió crucificado por la redención de los pobres y los humildes. El cura quiere cadenas, fusiles y cañones contra los esclavos del trabajo para poder vivir él haraganeando tranquilamente.” (9)
El artículo bien resume las razones fundamentales por las cuales los anarquistas se declaraban anticlericales; una base ética les movía en ello. Como destaca el mismo Álvarez Junco, “bajo la capa anticristiana del anticlericalismo contemporáneo existen fuertes dosis de moralidad y de actitudes cristianas e incluso auténticamente clericales”. Desde este punto de vista, tenía aceptación la figura y prácticas de León Tolstoi, y su cristianismo puro, cuestión que bien puede contradecirse con los argumentos ateístas ya señalados, pero que, tratándose del anticlericalismo, encontraba plena aceptación.
En este sentido, bien se intenta rescatar la verdadera figura de Cristo -adquiriendo desde este punto de vista- el anticlericalismo anarquista una raíz cristiana, intentando rescatar el “verdadero cristianismo”, el cristianismo primitivo. Con esto, Jesús “impregnado de la doctrina profética” protesta contra la avaricia, la usura, y predica la “internacionalidad, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad”; protesta igualmente “contra la violencia, contra la guerra, el militarismo, contra la magistratura, contra el comercio, contra los comerciantes, el clero, los ricos y los gobiernos de toda naturaleza”. La conexión se encuentra dada en el hecho de que entre el cristianismo primitivo y el comunismo anárquico existían similitudes de propuestas, tanto respecto de los valores (solidaridad, fraternidad, igualdad, etc.) como en las instituciones (comunidad de bienes). Desde este punto de vista, se interpreta que el cristianismo actual, se había desviado del verdadero camino trazado por Cristo, y que el Comunismo Anárquico, era el que seguía el verdadero camino.
¿Cuál era este camino? No otro que el de una moral intachable, la austeridad, la práctica del amor, la paz universal, la fraternidad y la solidaridad entre los hombres, en la vida misma, en los actos cotidianos.
En consecuencia con ello, a través de las distintas manifestaciones artísticas, los anarquistas rescataban a la figura de Cristo y a su ejemplo, para la causa de la revolución. Y desde este punto de vista también explicamos que algunos anarquistas hayan sido descritos como “cristianos puros”, caso José Clota por ejemplo, que “odió solamente a los posesivos. Decía “la mujer”, “la hija” pero nunca mi ni mía. Trabajaba catorce horas en su banco de zapatero. Una vez tuvo ayudante, y como éste le dijera, en un rapto de enojo, que lo pulmoneaba, resolvió trabajar a solas. Así lo hizo a lo largo de su vida. Los domingos vendía “La Batalla” en las calles céntricas” (10). En este punto también González Vera diría del carpintero catalán Moisés Pascual: era “algo así como primo hermano de Jesucristo”. Y de aquí también podemos explicar la devoción, la voluntad y entrega con la cual muchos anarquistas se dedicarían a la difusión y práctica del anarquismo. Con un convencimiento y voluntad tan profundo como el que guiaba a los apóstoles de Cristo, los anarquistas procederían a extender sus ideas, dándose a la tarea de formar ellos mismos –sin esperar nada de nadie- periódicos, centros de estudios sociales, bibliotecas, sociedades de resistencia, etc.
Como señalaría Lily Litvak: “la adopción del credo libertario siempre tuvo un carácter fuertemente emocional, religioso y moral…El fervor retirado a la iglesia lo ponían los proletarios en su adopción de la idea, y ésta se perpetuaba en el pueblo. Algunos de ellos hablaban como apóstoles, otros se expresaban con su rara mezcla de fervor y racionalismo”. Siguiendo a Litvak, un “fervor religioso permea todo el ideario ácrata, patente en su forma misma de expresión. A pesar o tal vez debido a la antirreligiosidad de los anarquistas, encontramos en su literatura una gran influencia de las escrituras. Sus mismas críticas a la fe católica los hacía accesibles a la influencia de la Biblia como fuente de inspiración poética”(11). Autores como Hobsbawm y Gerald Brenan han atribuido estos rasgos religiosos al carácter arcaico y primitivo del anarquismo. En estas prácticas, sin embargo, tal cual destacaría Christián Ferrer, “el misterio de la fe política era balanceado por una sólida formación racionalista (incluso por momentos, cientificista) y por un gusto por la sensibilidad escéptica de tipo “volteriana”. Eran centauros: mitad razón, mitad impulso mesiánico”(12).
En este sentido, la presencia de rasgos milenaristas y la utilización de cauces no originales de expresión, no debe llevarnos a concluir, como Hobsbawm, que estamos ante un movimiento social arcaico carente de un proyecto social alternativo. Lo anterior implicaría ignorar características esenciales del anarquismo, como lo era su fe en el progreso y la ciencia, en la razón, cuestiones todas, que indican lo contrario.
