Nota: Transcribimos este texto de la compañera Kytha Kurin que escribió en Open Road (Vancouver, Canadá) en el verano de 1980. Fue extraído del libro Emancipación. Las anarquistas y la liberación de las mujeres”, Editorial Eleuterio (2018). Santiago.
El texto si bien es escrito hace más de 30 años, en un país primer mundista como Canadá, hay temas que son contingentes, como los debates que tuvieron las lesbianas con las feministas heterosexuales, la táctica del separatismo en el feminismo; la lucha anti-estupro de las feministas radicales; para luego iniciar un dialogo entre feminismo y anarquismo, que según la autora vendrían siendo casi sinónimos.
Ante el auge feminista en Chile y en diversas partes del mundo, creemos necesario hablar de anarquismo, anti-capitalismo y una crítica radical al patriarcado ya que los diversos gobiernos y canales de comunicación de masas quieren coaptar al movimiento para «empoderar a las mujeres» en puestos de poder y empresariales para continuar con el sistema de dominación.
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Anarco-feminismo
¿Por qué el guión?1
Kytha Kurin
Parte I
La pregunta
Los que se lamentan por la apatía de los años 70 serán, quizás, universitarios bien pagados, estudiantes rebeldes y desilusionados de los años 60, marxistas o anarquistas de sexo masculino, idiotizados de los maas-media que solo dan valor a lo que les sirve de espectáculo; incluso hasta exponentes liberales del movimiento para la liberación de la mujer, pero en absoluto feministas revolucionarios. A través de las innumerables iniciativas y acontecimientos de las campañas de masas pro-aborto a los grupos restringidos de auto-consciencia, de las fracturas entre heterosexuales y lesbianas al separatismo anti-macho, de las organizaciones sindicales de mujeres a los centros de asistencia anti-estupro, en suma, luchando siempre abierta y directamente contra la sociedad adversa a la mujer y a la propia vida, el movimiento feminista ha resucitado la eufórica demanda de lo imposible de los años 60, y ha propuesto el objetivo de convertir verdaderamente los sueños en realidad.
También el anarquismo se ha visto obligado a confrontarse con la rabia, el dinamismo y el amor del movimiento feminista. En los últimos diez años, algunas feministas y anarquistas han propuesto la fusión de ambos movimientos. En 1975 Peggy Korneggger publicó Anarchism, the Feminism Connection, y el Colectivo Zero editó su manifiesto Anarcha-Feminism en 1977. Open Road tambien dedicó muchos artículos a este tema. Sin embargo, mientras estos intentos han afrontado seriamente dos conceptos normalmente separados (o como mucho, unidos por un guión), y que algunos opinan que deberían encontrarse ambos comprendidos en el término “anarquismo”, en otros casos los dos movimientos se han considerado incompatibles: cada cual mantiene que “su” movimiento es el “más revolucionario”.
Muchos de nosotros tenemos grandes esperanzas en el nuevo decenio que parece ofrecerse como una fabula rasa, lo que nos parece un buen motivo para reflexionar de nuevo, y a fondo, acerca de la dialéctica que se encuentra detrás del anarco-feminismo. Las feministas radicales, en su lucha contra la sociedad patriarcal, han experimentado alegrías inesperadas y frustraciones, y han aprendido muchas cosas. Ninguno de aquellos para quienes el anarquismo es algo más que una etiqueta, podrá decir que no ha aprendido nada en la experiencia feminista, ni tampoco habrá dejado de reflexionar sobre la política en el anarquismo.
Muchas feministas que se habían sentido atraídas por la teoría anarquista pero estaban más interesadas por la práctica del anarquismo, se sentían frustradas y rechazaban aceptar la afirmación retórica según la cual es imposible que un anarquista pueda ser sexista autoritario.
¿Las experiencias feministas y su impacto en el movimiento anarquista han sido valoradas y comprendidas a fondo, tanto como para permitirnos afrontar y crear los años 80? Esta es la pregunta a la que hay que dar urgente respuesta porque si el nuevo decenio parece ofrecernos la posibilidad de partir hacia nuevos horizontes, y de recorrer caminos nuevos, la sociedad en que vivimos no parece dispuesta a secundar estos planes. Las mujeres están todavía oprimidas por una concepción sexista, tanto a nivel individual como institucional; a la mayor parte de la gente no se le ha concedido aun vivir más que dentro de los límites de la pura supervivencia, y toda la humanidad vive bajo la amenaza generalizada de la aniquilación nuclear.
El significado o no significado del anarco-feminismo no es una cuestión semántica o de preferencias, sino de los que hemos aprendido y de cómo podemos aplicarlo en la práctica para reivindicar el planeta como fuente de la vida en lugar de verlo transformarse en un lecho de muerte. Normalmente, se suelen definir los términos antes de usarlos, pero en el análisis del anarco-feminismo parece más sensato concentrar primero la atención sobre la actividad y luego sobre la etiqueta. Después de todo han sido las experiencias concretas de la actividad revolucionaria feminista quienes han creado la necesidad de comprender la potencialidad de los límites del anarquismo y del feminismo. Después de haber valorado los resultados, las esperanzas y las desiluciones más significativas del movimiento feminista revolucionario, podremos al menos comprender las circunstancias históricas que dieron vida al concepto de anarco-feminismo. Llegando hasta los orígenes de esta definición, más que discutiendo sobre el significado de los términos “feminismo” y “anarquismo” deberían tener aisladamente en su propia pureza, nos encontraremos en mejor posición para reflexionar sobre el futuro del anarco-feminismo. Podremos, en resumen, con mayor seguridad, explotar algunos de los caminos que el movimiento revolucionario de los años 80 podrá intentar.
Parte II
La experiencia revolucionaria feminista
Una nueva definición de lo político
El movimiento feminismo revolucionario ha sido asociado siempre, solo superficialmente, a las feministas de tipo de la revista Ms, que tan maravillosamente se adaptan a la imagen liberal de “el mundo es tuyo, haz de él lo que quieras”. Las feministas revolucionarias, muchas de las cuales tienen a las espaldas un pasado de militancia activa en los movimientos estudiantiles y contra la guerra, siempre han sabido que el establishment reacciona con dureza cuando se siente amenazado. Y como ser feminista significa luchar contra el establishment en cada momento, las feministas revolucionarias han sufrido reacciones violentas por todas partes: del gobierno, de los hombres, de las mujeres reprimidas y oprimidas, de los amantes, de los radicales no feministas e incluso del sexismo que impregna nuestro movimiento. Sin embargo, y a pesar de que las continuas luchas han sido cansadores y a veces desilucionantes, no han impedido que las feministas intentaran una redefinición de lo político.
Cuando estuvo claro que las leyes contra la mujer no eran simplemente una supervivencia de la Edad Media sino un instrumento consciente para reafirmar la propiedad del cuerpo femenino por parte del Estado, muchas feministas estaban ya preparadas para trabajar en un movimiento político, porque tenían experiencias de lucha. El problema de “aprender” como hacer personal lo político, no se presentó: la dimensión íntima y personal ya había convertido el Estado en política.
¿Cuáles son los problemas políticos de las mujeres? ¿La salud, las preocupaciones diarias, la sexualidad, la familia, el trabajo, las cárceles, la escuela, la casa? Y, por cada uno de estos problemas, un millón de “sub-problemas”: salud quiere decir psiquiatría, alimentación, aborto, contraconcepción, drogas, radiaciones nucleares. No es cuestión de elegir sino de encontrarse envueltas en una lucha particular, manipulada y comprometida por esta sociedad autoritaria inclinada a la destrucción.
Para muchas mujeres la primera politización feminista ha pasado a través de la reivindicación del derecho al aborto, es decir del derecho a gestionar nuestro cuerpo. Cuando estuvo claro que las leyes contra la mujer no eran simplemente una supervivencia de la Edad Media sino un instrumento consciente para reafirmar la propiedad del cuerpo femenino por parte del Estado, muchas feministas estaban ya preparadas para trabajar en un movimiento político, porque tenían experiencias de lucha. El problema de “aprender” como hacer personal lo político, no se presentó: la dimensión íntima y personal ya había convertido el Estado en política.
Esta realidad no se les ha aparecido a los hombres con la misma evidencia. A pesar de que la mayor parte de los hombres venden, a través del sistema salarial, las energías y potencialidad de su cuerpo y mente, y a pesar de que sus capacidades creativas han sido apagadas, sofocadas y desviadas por el consumismo, muchos llamados radicales parecen aceptar todavía una definición electoral de lo político: algo que se “hace” durante algunas hoas al día. Mientras muchos reconocían la urgente necesidad de la lucha política (algo debe cambiar, rápido), la mayor parte no reconocía que la lucha debería tener un carácter inmediato (debemos cambiar algo cada día).
El separatismo
- La diferencia entre anarquistas y feministas, sin embargo, era lo que los primeros reconocían solo en teoría, las segundas los reivindicaban. Las reuniones y manifestaciones anarquistas no eran sustancialmente distintas de las de otros grupos de izquierdas.
- Las feministas empezaban a dar señales de desilusión en relación con otros grupos de la izquierda. La mayoría de los partidos marxistas, por ejemplo, no se preocupaban si quiera de afrontar el problema del feminismo
De la mujer se dice, tradicionalmente hablando, que “no entiende nada” de la política, y en cierta forma muchas mujeres se han hecho acreedoras de esta definición. Sin embargo, obligadas a luchas para tener derecho sobre su propio cuerpo, muchas mujeres se convencieron de que no era totalmente cierto, y comprendieron la necesidad de luchar unidas contra la actual estructura de la sociedad.
La mayoría de los anarquistas nadie les ha pedido nunca que vivieran el propio anarquismo de una forma tan directa, y, como consecuencia, les fastidiaba la continua insistencia de las mujeres sobre el “proceso” revolucionario, y las continuas “interrupciones” para discutir el problema de dominación masculina.
Es importante recordar, que al principio, muchas intentaron trabajar en los grupos políticos de la izquierda existente. Los anarquistas, que mantenían que el proceso revolucionario no podía prescindir, ni ser separado, de los objetivos de la revolución, parecían los más cercanos a la concepción política de las feministas. Los anarquistas estaban convencidos de que un movimiento autoritario, explotador, no podía en absoluto crear una nueva sociedad no-autoritaria y no-explotadora. La diferencia entre anarquistas y feministas, sin embargo, era lo que los primeros reconocían solo en teoría, las segundas los reivindicaban. Las reuniones y manifestaciones anarquistas no eran sustancialmente distintas de las de otros grupos de izquierdas. Había algunos argumentos de los que era justo hablar en las reuniones políticas y había incluso un modo de justo de hablar. Pero las feministas, que ya comprendían la política demasiado bien, pedían que todas las formas de dominación y explotación fueran consideradas problemas políticos, porque cuando la opresión se manifiesta en cualquier aspecto de la vida ¿Cómo puede decidirse que algunas áreas deben ser objeto de acción política mientras que otras deben quedar excluidas? Las feministas mantenían que deberían afrontarse los problemas de la dominación, del poder y del sexismo, cuando llegara el caso, también en las reuniones, y no solo en abstracto o fuera del grupo.
Las feministas rechazaban también que se diese una separación entre el yo “racional” y el yo “emotiva” antes de intervenir en las reuniones, y reivindican, en cambio el derecho de participar en ellas con la persona y con todo el calor, e incluso la confusión de la vida. Según nosotras era irracional pensar que una forma de la vida que no alcanzase la plenitud a través de la sensibilidad, pudiera ser considerada racional. A la mayoría de los anarquistas nadie les ha pedido nunca que vivieran el propio anarquismo de una forma tan directa, y, como consecuencia, les fastidiaba la continua insistencia de las mujeres sobre el “proceso” revolucionario, y las continuas “interrupciones” para discutir el problema de dominación masculina. De otra parte, muchas feministas que se habían sentido atraídas por la teoría anarquista pero estaban más interesadas por la práctica del anarquismo, se sentían frustradas y rechazaban aceptar la afirmación retórica según la cual es imposible que un anarquista pueda ser sexista autoritario.
Así fue como muchas feministas abandonaron los grupos mixtos. Algunas continuaron la actividad política en los grupos anarco-feministas; otras, renegaron incluso del anarquismo. Por otras causas también, las feministas empezaban a dar señales de desilusión en relación con otros grupos de la izquierda. La mayoría de los partidos marxistas, por ejemplo, no se preocupaban si quiera de afrontar el problema del feminismo porque la línea política del partido fijaba claramente las prioridades y las jerarquías de la acción. Las insistencias de las feministas sobre el sexismo se liquidaban como intemperancias o debilidades burguesas; por otra parte, cuando se busca instaurar la dictadura del proletariado no es incoherente caer en el autoritarismo. Incluso en estas áreas de la izquierda algunas feministas continuaron trabajando en grupos mixtos, pero muchas los abandonaron para militar exclusivamente en grupos de mujeres solas. En estos grupos confluyeron también algunas mujeres que nunca habían militado en organizaciones políticas pero que, con sus hermanas, desilusionadas de los grupos mixtos, se daban cuenta de que había mucho trabajo por hacer y que el separatismo parecía al menos temporalmente, la única táctica válidad a adoptar para combatir la tendencia patriarcal. Y en verdad, si miramos hacia atrás, una gran parte del trabajo político más significativo, tanto en los Estados Unidos como en Europa, han sido desarrollado o inspirado por feministas revolucionarias que operaban fuera de la izquierda tradicional.
La obra desarrollada por las feministas revolucionarias y sus implicaciones
han luchado reivindicando el propio cuerpo como organismo natural que puede ser comprendido y curado por ellas mismas sin delegar esta tarea a los médicos, a las sociedades farmacéuticas multimillonarias
No puede sorprender que las feministas radicales hayan actuado sobre todo en el campo de la educación y en el de los servicios. Para muchas mujeres, el paso del papel tradicional de mujer de servicio o de educadora en casa a un rol análogo en el campo de la política, ha sido natural. Dado que el catalizador del compromiso político de muchas mujeres ha sido la reivindicación del derecho al aborto, como consecuencia lógica se han desarrollado, sobre todo, los colectivos para el self-help relativos a los problemas de la salud. Conscientes del hecho de que las estructuras autoritarias, tanto del Estado como de los grupos políticos revolucionarios, conservaban el poder autoritario, monopolizando o mistificando un cierto tipo de información y de conocimientos, las feministas han intentado salvar el obstáculo convirtiéndose ellas mismas en las “nuevas expertas”. De hecho, han luchado reivindicando el propio cuerpo como organismo natural que puede ser comprendido y curado por ellas mismas sin delegar esta tarea a los médicos, a las sociedades farmacéuticas multimillonarias y ni siquiera a las feministas radicales. Han intentado socializar los propios conocimientos entre ellas y con las “pacientes”. Por eso, han formado no colectivo de mujeres sino colectivos para el self-help, es decir, para apañárselas solas.
Aparte el hecho de que los condenados por estupro sin siempre pobres o pertenecientes a grupos raciales minoritarios, conviene al Estado pintar el estupro como una forma perversa de desahogo sexual, porque de esta forma se refuerza la idea de que la sexualidad es siempre “sucia” y despreciable, y que el cuerpo humano es una cosa sobre la cual debe el Estado ejercer un control a través de las leyes.
Sin embargo, la ardua empresa de combatir la masiva difusión de drogas medicinales impuesta por la cultura dominante y la necesidad de mayores investigaciones en el campo médico, han impuesto el trabajar incluso fuera del ámbuto restringido de los colectivos. Si la investigación sobre los métodos de contraconcepción solo han conseguido empeorar a partir de la Edad Media (ya que a las sociedades farmacéuticas y al patriarcado les conviene que sea así), y por el contrario la investigación sobre los métodos contraconceptivos reviste una fundamental importancia para la mujer, está claro que hay que combatir el poder de las sociedades farmacéuticas y del patriarcado. Las mujeres que trabajan en los centros de asistencia contra el estupro, han tenido que afrontar problemas análogos. Los centros son muy importantes para las víctimas de la violencia carnal; pero si su carácter es fundamentalmente “reaccionario” no harán otra cosa que beneficiar al Estado. Muchas mujeres han pedido leyes más severas contra los que cometen estupro, pero las feministas revolucionarias saben que el estupro no es un crimen contra la sociedad que conocemos, sino más bien la expresión ultima de la convicción y aceptación social de la fuerza como derecho. Aparte el hecho de que los condenados por estupro sin siempre pobres o pertenecientes a grupos raciales minoritarios, conviene al Estado pintar el estupro como una forma perversa de desahogo sexual, porque de esta forma se refuerza la idea de que la sexualidad es siempre “sucia” y despreciable, y que el cuerpo humano es una cosa sobre la cual debe el Estado ejercer un control a través de las leyes. Cuando el Estado define el estupro como “crimen” impide que la gente se dé cuenta del hecho de que la propia sociedad incita y favorece implícitamente el estupro a través de la publicidad, la provocación de frustraciones y la exaltación del concepto según el cual es justo que el más fuerte prevalezca sobre el más débil.
La realidad demuestra cuántas víctimas de estupro son esposas maltratadas y objeto de violencia, y el terror por parte del Estado a desestabilizar el núcleo familiar
La realidad demuestra cuántas víctimas de estupro son esposas maltratadas y objeto de violencia, y el terror por parte del Estado a desestabilizar el núcleo familiar, ha empujado a las feministas a promover un a acción de lucha y educación social respecto a este fenómeno, en lugar de confiarse a las vías legales. Hospedadas en casas-refugio provisionales, las esposas maltratadas se ayudan a rechazar la “seguridad” de una relación violenta. A diferencia de los asistentes sociales tradicionales, las feministas revolucionarias no tienen ningún interés en la pacificación doméstica o en “obtener justicia” en los tribunales. Los que interesa es eliminar el estupro. Distribuyendo material informativo que explica el papel de la sociedad en el desarrollo del fenómeno; imprimiendo y haciendo públicas las descripciones de los violadores, de forma que desaparezca la seguridad del anonimato; y afrontando en grupo, junto a las víctimas, a los violadores en público, las feministas intentan denunciar tanto a quienes los cometen como a la sociedad que implícitamente aprueba su gesto. Por otra parte, desvelando cuáles son los verdaderos problemas y las causas, es decir, las frustraciones, debilidades, el capital y el poder, cumplen una preciosa obra educativa. Una educación que parte de la realidad y trata de modificarla.
El tipo de educación colectiva, vivida y explotadora, que se ha realizado en los centros anti-estupro y para el self-help, es representativa de la que realiza la mayor parte del feminismo radical. Durante siglos las amas de casa han socializado sus propios conocimientos entre mujeres, pero dado que esos estaban relacionados solo con la cocina, el cuidado de los niños y otras cosas parecidas, han sido denigrados a menudo definiéndolos como “cosas de mujeres”. Del mismo modo, la disponibilidad de las mujeres para hablar de sus propias relaciones ha sido considerada como “chismorreos”. Ahora en los grupos teatrales, editoriales y para la salud -en todos los grupos feministas-, las mujeres continúan intercambiando y socializando sus capacidades, sus conocimientos y sus sentimientos. Las feministas han rechazado la distorsión histórica de la sociedad patriarcal y han reivindicado una historia por parte de la mujer; hemos intentado liberar la educación transformándola de sumisión en experiencia de la vida.
Algunos límites del movimiento feminista revolucionario
Visto el trabajo desarrollado por las feministas revolucionarias puede comprenderse porque el movimiento feminista se considera el más fuerte y duradero de los años 70. Sin embargo, si no existen dudas sobre la influencia positiva en el decenio apenas comenzado, seria nocivo y contraproducente ignorar los límites y los problemas. La mayor parte de las feministas han demostrado una resistencia increíble y no se han consumido como los militantes masculinos. No obstante, muchas mujeres han cedido al cansancio y muchas otras han experimentado una sensación de frustración y tensión, y se sienten incapaces de asumir la tarea de destruir el patriarcado.
- Mientras muchas heterosexuales no querían trabajar con los hombres, no habían renunciado a ellos del todo y no querían tener nada que ver con el separatismo anti-macho de muchas lesbianas.
- Las lesbianas se consideraban más “puras” porque rechazaban venderse a los hombres o a los mass-media. Las heterosexuales se consideraban, a su vez, más “puras”, porque trabajan con la mayor parte de la población, es decir, con las restantes heterosexuales y con los hombres.
Las experiencias en los centros anti-estupro y para el self-help han puesto en evidencia el peligro de ayudar al sistema y de ser ineficaces fuera del ámbito restringido de un pequeño grupo (además de ver limitada la eficacia incluso en el interior, por la fuerza de la oposición). Las feministas han debido reconocer que, incluso si la resistencia puede ser considerada una de las cualidades fundamentales de un auténtico radical, existe una necesidad real y urgente de modifical la estructura de la sociedad y por mucho que consiga trabajar un grupo nunca conseguirá liberar a toda la humanidad. Finalmente, muchos mantienen que uno de los mayores límites del movimiento feminista consiste en el hecho de que no solo es incapaz de reunir a la mayor parte de las mujeres, sino que el propio concepto de feminismo radical es alienante para muchas mujeres, y para un número todavía mayor de hombres. Quizás resultará más comprensible si analizáramos un tipo análogo de desconfianza que se ha manifestado en el interior del propio movimiento: la fractura entre lesbianas y heterosexuales.
Las lesbianas se han dado cuenta rápidamente de que las heterosexuales no solo habían interiorizado, a menudo, los modos de comportamientos y métodos de trabajo típicamente masculinos, sino que en muchos casos negaban incluso cualquier relación con las lesbianas, para mantener una fachada de “respetabilidad”. Por otra parte, mientras muchas heterosexules no querían trabajar con los hombres, no habían renunciado a ellos del todo y no querían tener nada que ver con el separatismo anti-macho de muchas lesbianas. Así, la causa original de la ruptura fue determinada por problemas reales surgidos en el intento de trabajar juntas, y habría podido enseñarnos muchas cosas sobre nuestro propio sexismo. Muchas intentaron afrontar el problema y resolverlo, pero, en general, fue nocivo para la causa feminista, cuando la ruptura degeneró de problema de trabajo en común a problema defensivo y de reciproca superioridad. Las lesbianas se consideraban más “puras” porque rechazaban venderse a los hombres o a los mass-media. Las heterosexuales se consideraban, a su vez, más “puras”, porque trabajan con la mayor parte de la población, es decir, con las restantes heterosexuales y con los hombres. Muchas heterosexuales reconocieron sus propios prejuicios contra las lesbianas, e intentaron superarlos; o tuvieron un sentimiento de culpa y adoptaron una actitud defensiva. Las lesbianas, conscientes de la realidad histórica de ser rechazadas por sus hermanas, eran a menudo suspicaces y no consiguieron comprender y apreciar los sinceros esfuerzos de algunas heterosexuales para vencer sus tendencias sexistas. ]El resultado fue que muchas heterosexuales se sintieron injustamente rechaazdas por las lesbianas, y que muchas lesbianas manifestaron desconfianza con respecto a las heterosexuales.
¿Cómo se puede estar segura de que las reformas llevarán a una transformación? ¿Cómo se puede estar segura de que el importantísimo trabajo desarrollado en los años 70 no va a ser digerido por el sistema y catalogado como interesante fenómeno histórico, y en cambio continué informando, dirigiendo y liberando la actividad política de los años 80?
Por muchos motivos, el problema es análogo al surgido con relación a los hombres. Muchos hombres se sintieron tan drástica e injustamente rechazados por las feministas que, incluso los que inicialmente habían intentado superar el propio sexismo, replegaron su posición de defensa, y para ellos las experiencia feminista fue de escaso o ningún valor. Y muchas mujeres que luchaban contra el sexismo no querían ser más “puras” que los hombres, sino únicamente igual a ellos. La ruptura entre lesbianas y heterosexuales ha sido fundamentalmente para el movimiento feminista. Muchas de nosotras hemos dado marcha atrás, escocidas por experiencias traumáticas. Pero esto ha significado también dejar de aprender. Esta lección interna sobre los oscuros límites entre crítica constructiva y culpabilización nociva, debe volvernos más sensibles en relación con los hombres y las mujeres no radicales.
En fin, sumergidas en una marea de cosas que hacer, las feministas están siempre arriesgando el perder el sentido de la orientación y no comprender cómo encontrar una salida distinta y final a las actividades de tipo “reaccionario”. ¿Cómo se puede estar segura de que las reformas llevarán a una transformación? ¿Cómo se puede estar segura de que el importantísimo trabajo desarrollado en los años 70 no va a ser digerido por el sistema y catalogado como interesante fenómeno histórico, y en cambio continué informando, dirigiendo y liberando la actividad política de los años 80?
En Anarchism: The Feminist Connection, Peggy Kornegger afirmaba que las mujeres son “las únicas capaces de hacerse portadores de una consciencia anarquistas subepidérmica”, y en un artículo poblicado en Open Road, el verano pasado, Elaine Leeder han escrito: “Se ha dicho a menudo que las mujeres practican el anarquismo sin daber de qué se trata, mientras que no hay hombres que se dicen anarquistas y no lo practican”. Ni la Kornegger ni la Leeder afirman que la mujer es, desde el punto de vista biológico, más adecuada al anarquismo, pero una interpretación simplista de sus palabras ha llevado a muchos a creerlo. Sin embargo, si las tendencias anarquistas al interior del movimiento feminista son aceptadas como consecuencia natural del hecho de ser mujeres, esto impone a la mujer la tarea demasiado ardua de “estar siempre a la altura de su anarquismo natural”, y líimta nuestra potencialidad de maduración política porque no nos estimula a analizar los motivos por los cuales las mujeres se comportan de forma más anarquista que los hombres. Muchos grupos de mujeres se quitan la faja, muchas mujeres explotan a otras mujeres y otros hombres, y las feministas no han sido capaces de liberar a la humanidad. Estos “limites” no quitan nada a la feminidad de la mujer y confirman su humanidad.

Agrupación anarco-feminista «Federación Mujeres Libres» España 1936
Parte III
El anarco-feminismo y el caso del guion
Hoy, en cambio, la consciencia de la fuerza vital y educadora de nuestras cualidades “femeninas” nos permite ampliar nuestro ámbito de influencia, sin perder nuestra fuerza
¿Por qué los grupos feministas han adoptado tantos principios del anarquismo en la práctica política? Fundamentalmente porque en cuanto mujeres, hemos sido educadas a la sensibilidad, a ser educadoras y a imaginar nuestras acciones en ambientes íntimos, limitados. En el pasado estos rasgos de nuestro carácter, hicieron más fácil el brutal ejercicio de la dominación masculina, y consistieron mantener a la mujer lejos de las “cosas del mundo”. Hoy, en cambio, la consciencia de la fuerza vital y educadora de nuestras cualidades “femeninas” nos permite ampliar nuestro ámbito de influencia, sin perder nuestra fuerza. Por otra parte, conscientes del hecho de que ha sido nuestra educación quien nos ha hecho como somos, podemos extender conscientemente el mismo tipo de educación a los hombres, a los hijos y a las hijas en particular. Pero también sabemos reconocer los límites de esta educación que comprende una tendencia a la pasividad y una tendencia a hacer explotar los conflictos dentro de nosotras, más que un intento de luchar contra quien nos oprime. Brillamos en la actividad interna de un pequeño grupo, pero, por tradición, tenemos desconfianza de los grupos más amplios, y debemos vigilar el no aislarlos.
las mujeres estaban, y trabajaban, sufrían, amaban y combatían; en resumen, a pesar del rol invisible asignado por la historia, vivían.
Esto nos vuelve al problema de la educación. Como ya hemos dicho, las mujeres han tenido que luchar para sacar a la luz nuestra historia escondida. Esta experiencia debería enseñarnos a sospechar siempre de la “educación”. Igual, que el obrero en la poesía de Brecht pregunta si Alejandro conquistó él solo la India, las mujeres han querido saber dónde estaban las mujeres mientras los hombres combatían. Hemos descubierto lo que sabíamos de siempre, pero que no se encontraba en la mayor parte de los libros: las mujeres estaban, y trabajaban, sufrían, amaban y combatían; en resumen, a pesar del rol invisible asignado por la historia, vivían.
Sería ridículo sostener que todos los grupos anarquistas han practicado siempre el anarquismo que profesaban, pero el estudio de la idea y de la historia anarquista revela que el objetivo de la liberación humana es la esencia del anarquismo. La experiencia revolucionaria ha sido a menudo traumática para los anarquistas, porque es algo con lo que deben contar y de la que deben aprender, si el anarquismo no es simplemente una etiqueta.
La pregunta que el anarquismo debe hacerse es análoga. ¿Alguien ha puesto resistencia mientra la humanidad se veía arrastrada por la dominación, los saqueos y la guerra, y mientras era burlada en la creencia de la competitividad basada en la explotación fuera natural? ¿Cómo es posible, si por naturaleza somos tan malos, que todavía seamos capaces de amarnos y compartir con los otros? La respuesta es: porque han reaccionado, luchado y han insistido para no perder la propia humanidad. Precisamente, han intentado liberar a la humanidad, es importante que nosotros descubramos nuestra historia anarquista, para aprender y sacar fuerzas de ella. Sería ridículo sostener que todos los grupos anarquistas han practicado siempre el anarquismo que profesaban, pero el estudio de la idea y de la historia anarquista revela que el objetivo de la liberación humana es la esencia del anarquismo. La experiencia revolucionaria ha sido a menudo traumática para los anarquistas, porque es algo con lo que deben contar y de la que deben aprender, si el anarquismo no es simplemente una etiqueta.
El acercamiento entre anarquismo y feminismo ha permitido colocar el trabajo realizado, inmediato y concreto, en una perspectiva histórica
También es importante darse cuenta del hecho de que el anarquismo ya no es el mismo que era antes de la experiencia radical feminista. Si el anarquismo es su historia, es también creación continua de una respuesta experimental y activa a lo inmediato y al futuro. Si el anarquismo es su historia, es también creación continua de una respuesta experimental y activa de lo inmediato y al futuro. En teoría, el feminismo siempre ha formado parte del anarquismo, pero solo en estos últimos años hemos descubierto lo que significa en realidad y, como consecuencia, podemos aprender algo sobre aquella parte de nosotras mismas. Siempre teóricamente las anarquistas no tendrían que haber aprendido nunca a ser feministas, pero en realidad han tenido que hacerlo, y la lección ha sido preciosa: nos ha enseñado qué significa realmente vivir la política y nos ha proporcionado ejemplos concretos, actuales, de acciones directas, locales y colectivas. Es fácil ver los beneficios que el anarquismo ha sacado del feminismo, y son muchos los que prefieren el movimiento feminista al anarquista. Sin embargo, mientras pienso que es todavía prematuro eliminar el guion que une y divide el término anarco-feminismo, estoy convencida de que se puede volver -o mejor llegar- a un anarquismo como el ideal libertario.
El acercamiento entre anarquismo y feminismo ha permitido colocar el trabajo realizado, inmediato y concreto, en una perspectiva histórica. Esto es importante para conseguir que nuestros métodos de lucha, colectivos y humanos, no sean considerados fenómenos esporádicos aislados, sino parte de una visión global de toda nuestra vida. No podemos avanzar si antes no hemos comprendido claramente cuáles son los problemas reales (y la experiencia feminista ha contribuido a aclararlos), pero si queremos movernos libremente tenemos también necesidad de un ideal. Este ideal no puede ser más que la expresión de nuestro pasado, de nuestro presente y nuestro futuro. Una parte de él comprende nuestra historia anarquista, y una parte de esa historia comprende la condivisión de capacidades que en un tiempo eran consideradas exclusivamente “masculinas”. Si nuestras capacidades “femeninas” son el producto de nuestra educación, también lo son nuestros defectos “femeninos”. Los compañeros pueden ayudarnos a liberar las capacidades “masculinas” del otro pasado y del uso destructivo al que, generalmente, les destina la sociedad capitalista.
La experiencia feminista ha llevado adelante la práctica, y encontraremos en nuestro pasado -y presente- anarquista, intentos de vivir una vida colectiva no autoritaria. Anarco-feminismo, no es el único nombre compuesto en el movimiento. Los dos que más a menudo se citan son el anarco-sindicalismo y el anarco-comunismo. Es todos los casos es añadir el anarquismo, el elemento anárquico que parece necesitar un mayor énfasis. Los anarco-sindicalistas reconocer que la vida de la mayor parte de las personas está centrada en el trabajo, y están convencidos de que ese es el campo hacia el que debe apuntar la tarea de la organización. Los anarco-comunistas subraytan la importancia de las comunas y la comunidad. Dado que el anarco-comunismo se refiere a la vida y a todas las relaciones de interacción que le son propias, creo que puedo afirmar que el término “anarquismo” comprende el concepto de comunismo.
En el anarco-feminismo están presentes aspectos comunes a los dos movimientos citados. En la medida en que las mujeres son explotadas y humilladas aún más que los hombres, el anarco-feminismo es similar al anarco-sindicalismo. En este caso, el énfasis hay que ponerlo en los aspectos del anarquismo que se refieren a la explotación individual y sexual. En la medida en que el anarco-feminismo va más allá de la “reacción” a la explotación y busca un enfoque global de la vida, es similar al anarco-comunismo y como él se convierte en sinónimo de anarquismo.
Parte IV
El anarquismo en los años 80

Jornadas Libertarias; Barcelona 1977.
¿Por qué he dicho que es prematuro omitir la especificación feminista en el anarquismo? Principalmente porque considera al anarquismo -al anarquismo enriquecido por la experiencia feminista- como la vía revolucionaria más real y practicable en los años 80. Aquellos de nosotros que decidan en algunos periodos trabajar en grupos mixtos deberán, probablemente, utilizar una parte considerable de sus energías en hacer resaltar el componente feminista del anarquismo, y naturalmente, muchas de nosotras, continuaremos definiéndonos anarco-feministas. Por lo que a mí respecta, eliminaré la especificación feminista de la denominación, pero no de la práctica de lucha.
El trabajo, que espero estará inspirado por la experiencia feminista, comprenderá también el redescubrimiento de nuestras raíces y de nuestras experiencias anarquistas, y el reconocimiento de lo político como un problema cotidiano. Por raíces anarquistas, no entiendo acciones o teorías específicamente inspiradas en el anarquismo, sino cualquier experiencia de rebelión o de anti-autoritarismo. Muchas revueltas, como la de los Diggers en la Inglaterra de 1600, la española de los 30, la francesa de 1960 o las ocupaciones de casa en Ámsterdam de nuestros días, nos recuerdan que la teoría anarquista ha tenido su origen en la lucha del hombre contra la opresión, y en una responsabilidad de vida precedente a cualquier teoría. La experiencia del feminismo revolucionario constituye la demostración más reciente, y evidente, de esta verdad. Si prestamos atención a esta herencia histórica nos veremos estimulados para analizar, más de cerca, nuestras condiciones de vida, y encontraremos en ellas frecuentes signos de una extraordinaria potencialidad de radical rechazo de la sociedad autoritaria. Y esto es importante, si queremos ser algo más que una minoría descontenta y verdaderamente creemos en la posibilidad de liberar a la humanidad. Sobre todo a través del trabajo de los colectivos para la saud, en los grupos teatrales y anti-estupro, las feministas han sido capaces de fundir una perspectiva política consciente con las necesidades inexpresadas de aquellos cuya existencia expresa la necesidad y la potencialidad de liberación.
La relación entre el sentido de inmediatez y la eficacia del trabajo desarrollado, ha parecido siempre claro a través de las luchas feministas, y yo estoy segura de que la mayor parte de las feministas continuará haciendo lo que hemos hecho en este último decenio; compatir el sexismo allá donde se manifieste. Las mujeres están todavía, sin ninguna duda, más oprimidad que los hombres, y el Estado intenta frenar los abortos después de haberse dado cuenta de las graves consecuencias producidas por haber “concedido” a la mujer el derecho a gestionar, en algún modo su propio cuerpo. En fin, la mayor parte de los grupos políticos son aun sexistas. Las feministas tienden a luchar en el lugar en que viven y creen que, siguiendo su estela, los anarquistas de los años 80 se empeñarán sobre todo, en la lucha para liberar los ambientes urbanos. Son numerosos los que manifiestan cada vez más repugnancia por la vida en la ciudad y predican “un regreso al campo”. Sin embargo, en el curso de los años 70 parece haberse difundido la consciencia de que la gente no puede simplemente marcharse, y las feministas en particular, han intentado luchar in loco, sobre todo en áreas urbanas. Las feministas se están alejando cada vez más del espíritu de reacción para iniciar un camino, y todas luchamos para incrementar el intercambio comunitario de los conocimientos y experiencias. Debemos, por tanto, buscar sobre todo hacer más visible la ciudad en lugar de buscar maneras de escapar de ella.
Quizás muchas de nosotras querríamos escapar, pero mientras tanto, la mayor parte es esclava del trabajo y del salario. Si realmente queremos vivir de forma más inmediata la política, debemos buscar cómo liberar el lugar en que trabajaomo. Desde el momento en que el número de las mujeres que trabajan ha aumentado mucho en los dos últimos decenios, las feministas se han encontrado cada vez más comprometidas en la obra de organización en el lugar de trabajo. Como siempre, hemos tenido que pelear con las jerarquías de los sindicatos masculinos. Donde existían, las mujeres han luchado para introducir aunque solo fuera un aroma de feminismo, pero la mayoría de los sindicatos nunca se había interesado por la organización de las mujeres, así que en muchos casos la actividad de las feministas se ha desenvuelto de forma autónoma. Es importante que esta actividad de organización sea creativa y liberadora, como debería ser nuestra vida.
Para muchos marxistas el ambiente de trabajo ofrece caracteres ideales de rigidez y autoritarismo para la organización de la dictadura obrera. Pero para los anarquistas, que contestan el concepto de Estado son contrarios a cualquier tipo de dictadura, el trabajo de organización requiere más imaginación. Como ha observado Murray Bookchin, el trabajador se convierte en un revolucionario no haciéndose mas trabajador, sino deshaciendo esta imagen suya. Como las feministas han luchado para clarificar el aspecto personal de la política, así feministas y anarquistas juntos deben luchar para conservar la humanidad en el ambiente de trabajo y hacer de los trabajadores no sigan siendo considerados objetos. Es igualmente dañino organizar a los trabajadores según una concepción autoritaria, como desear simplemente que los individuos no sean antes que nada trabajadores. El ambiente de trabajo es generalmente alienante y aburrido, y parece difícil liberar energías humanas. Sin embargo, y ya que estamos en el ambiente del trabajo, una vez liberado el ser humano que hay en el trabajador, la fuerza del anarquismo no tendrá límites. Lo mismo que el feminismo ha enriquecido y ampliado los horizontes del anarquismo, la energía liberada en los lugares de trabajo nos sorprenderá con su potencialidad. Si somos capaces de reivindicar el trabajo como actividad que desarrollemos por nosotros mismos, más que como una cosa que somos para otros, nuestro futuro creativo e imaginativo se abrirá sin confines- Si en cambio fallaos, ya sabemos lo que nos espera.
Conscientes de que la esfera política sera “sentida” siempre con más fuerza a nivel local, inmediato, debemos reconocer que lo “inmediato” no es fácilmente reductible. En esta época de lavado intensivo de cerebro por parte de los mass-media, de opositores reducidos al silencio con drogas que atentan al cerebro, del crecimiento del militarismo y la manía nuclear, la crisis global es una crisis local. Obviamente, no podemos comprometernos activamente a combatir todas las formas de opresión que nos aplastan, pero si nos encuadramos nuestras luchas en un contexto global arriesgamos el ser condenados a la repetición de las luchas individuales o colectivas a pequeña escala, y en ultima instancia al fin de todas las luchas, porque la locura nuclear nos destruirá. Aquí entra en juego la importancia del ideal, de la historia y de la organización anarquista. Es importante encuadrar dejarnos asimilar por el sistema, para aprender de los otros que luchar en otros sitios para no olvidar que somos parte de una revolución mundial y para tomar parte de grandes manifestaciones, como las antimilitaristas y antinucleares, de una manera constructiva e informada.
Nuestra historia ha hecho posible las luchas para la liberación que preveo para los años 80. El espectáculo eufórico de nuestras luchas de los años 60 ha contribuido a liberar nuestra imaginación. La definición más amplia de lo político en los años 70 ha ampliado los horizontes de nuestros ideales, y el trabajo de metódico, sólido, constante, a nivel local, de las feministas radicales, ha contribuido a darnos la fuerza y la resistencia de los verdaderos revolucionarios.
En los años 80 tendremos necesidad de todo el espíritu, toda la imaginación, y toda la fuerza de que podamos disponer. Las grandes potencias están preparando para la guerra y juegan con la energía nuclear. Estaríamos locos si hiciéramos previsiones optimistas sobre nuestro futuro. Sin embargo, con los ideales anarquistas y el ejemplo de resistencia del movimiento feminista, lucharemos hasta el final de nuestra humanidad.
1 Transcrito por Periodico Anarquista La Boina. https://periodicolaboina.wordpress.com/
Extraído de “Emancipación. Las anarquistas y la liberación de las mujeres”, Editorial Eleuterio (2018). Santiago.
Publicado en la revista canadiense Open Road (Vancouver) con el título “Anarcha-feminism: Why the hyphen?” en la edición correspondiente al verano de 1980. En nuestro idioma apareció el mismo año gracias a la traducción de revista Bicicleta número 33, de noviembre de 1980.
Kytha Kurin (Canadá): activista canadiense. Existen escasos datos biográficos acerca de su vida. Formó parte del colectivo que publicaba la revista Open Road en Vancouver entre los años 1976-1990. Cabe señalar que Open Road alcanzó a tener 14.000 lectores, portando considerablemente la articulación del movimiento anarquista durante los años ’70 y ’80