(Transcrito por Amedeo Sabaté integrante del grupo La Boina; periódico Anarquista desde Revista Alter n°13, Montevideo).
El lenguaje es un territorio que se abre a través de rutas laberínticas. Nuestro pensamiento, alimentándose de éste, tiende a perderse fácilmente en indeterminados grados de abstracción, acudiendo a múltiples códigos para dar una explicación racional o verdadera a la realidad: lenguaje filosófico, científico, matemático, teológico, etcétera, en cada uno de ellos los conceptos toman su propia significación alusiva a una verdad inmutable. También podría ser al revés: este movimiento es contrario, y es el lenguaje el que se nutre de nuestro pensamiento. La búsqueda de las fuentes parece ser un movimiento introspectivo inevitable, que de un modo u otro llega a nosotros a través de la cultura, concatenación de cuerpos y percepciones moldeadas por determinadas estructuras e instituciones, que podrían ser llamadas: familia, trabajo, escuela, dios, números infinitos, figuras geométricas, dinero, proporción áurea, e incluso hoteles, centros comerciales, barcos, aviones, postes eléctricos, enchufes, automóviles. En otros términos, la cultura como universo simbólico, como institución imaginaria que irremisiblemente digerimos. Una pregunta: ¿Qué ha pasado con nuestra imaginación desde que abandonamos, en las ciudades específicamente, la contemplación nocturna de los astros y planetas? Es errado pensar que la escritura es un patrimonio fundado en una fecha específica de las antiguas civilizaciones. ¿Qué es lo que ha venido primero? ¿Leer o escribir? ¿El lenguaje es fruto del pensamiento o el pensamiento es fruto del lenguaje? ¿Qué es el pensamiento? ¿ Qué es el Lenguaje? Mirar el cielo estrellado y reconocer sus patrones y códigos es una forma de lectura, así como distinguir aves, vientos, gestos.
¿Qué implicancias puede tener esta condición en nuestro pensamiento? Max Nettlau (1865-1944), pensador e historiador anarquista, consideró que en el reino de la abstracción residía uno de los orígenes de la mentalidad autoritaria, quizás el más insidioso de todos, «porque vició la vida intelectual y moral de los seres humanos en grado sumo, a la vez que sirvió para justificar las más directas y brutales violencias inquisitivas»1. Según su percepción, la facultad de reunir patrones sobre las cualidades de cada objeto influyó en la construcción de un ente abstracto poseedor de todas las buenas cualidades y virtudes, «un fetiche divino por ensanchamiento de aquellas cualidades poseídas hasta un extremo infinito de sublimidad». Por ello, el punto de vista autoritario desea que los otros se adapten a las normas de la conducta consideradas como normales, en tanto uno de los terrenos donde opera la abstracción es en la organización: por ejemplo, de la creación de ficciones divinas, se sostiene y justifica históricamente la constitución del Estado como órgano necesario de toda sociedad, aunque siempre separado de ella2. Esta ficción sostiene que formamos parte de un plan cósmico determinado por Dios donde el Estado actúa como garante y guía de la sociedad civil, a la que mantiene estable bajo un marco de leyes, reformas y guerras, que moldean la estructura de la nación.