Publicado en Acracia Nº 44, Julio 2015

Orwell (segundo por la derecha de los retratados en primer plano).
Hay que recordar cómo comenzó la guerra. Es probable que el 18 de julio todos los antifascistas de Europa sintieran renacer la esperanza. Por allí había por fin, al menos en apariencia, una democracia que plantaba cara al fascismo. Los países llamados democráticos llevaban años rindiéndose ante el fascismo. Los japoneses habían impuesto su voluntad en Manchuria sin que nadie lo impidiese. Hitler había subido al poder y eliminado la oposición política de todas las tendencias. Mussolini había bombardeado a los abisinios mientras cincuenta y tres naciones hacían farisaicas peticiones. Pero cuando franco quiso derrocar un gobierno de izquierdas moderado, el pueblo español, contra todo pronóstico, se levantó contra él. Parecía que estaban cambiando las tornas, y posiblemente fuera así.
Pero hubo algunos detalles que escaparon a la atención general. En primer lugar, no se podía equiparar matemáticamente a Franco con Hitler y Mussolini. Su insurrección fue un levantamiento militar apoyado por la nobleza y la iglesia católica, y en términos generales, sobre todo al principio, fue un intento no tanto de imponer el fascismo como de restaurar el feudalismo. Esto significaba que Franco tenía en contra no solo a la clase trabajadora, sino también diversos sectores de la burguesía liberal, esto es, a
las mismas personas que apoyan el fascismo cuando se presenta con un rostro más moderno. Más importante fue el hecho de que la clase obrera española no se opusiera a franco… Su resistencia vino acompañada de un inequívoco estallido. Los campe
sinos ocuparon tierras; los sindicatos obreros se apoderaron de muchas fábricas y de casi todos los medios de transporte; las iglesias fueron saqueadas, y expulsados los curas.

Fue probablemente la clase de esfuerzo que solo fueron capaces de hacer las personas que combatían con un fin revolucionario, es decir, que creían que estar luchando por algo mejor que el sistema establecido. Se calcula que en las ciudades donde hubo sublevación murieron en total tres mil personas en un solo día. Hombres y mujeres con cartuchos de dinamita como única arma cruzaban corriendo las plazas y atacaban edificios de piedra defendidos por soldados adiestrados armados con ametralladoras, y los taxis se lanzaban a cien por hora con los nidos de ametralladoras emplazados por los fascistas en puntos estratégicos.
Lo que había estallado en España no era solo una guerra civil, sino también una revolución y en este detalle comunistas y socialistas han intentado esconder