Los primeros días de la Guerra Civil a los ojos de Armand Guerra

Nota de Grupo anarquista La Boina: Los siguientes fragmentos, son relatos escritos por el Cineasta anarquista Armand Guerra, plasmados en una obra mayor titulada: “A través de la metralla. Escenas vivida en los frentes y en la retaguardia” escrito entre el 18 de Julio y diciembre de 1936. Publicado por primera vez al año siguiente (1937). Con una publicación mas reciente, por el año 2005, a cargo de los compañeros de la Editorial La Malatesta! De donde pudimos extraer el texto.

El director de “Carne de Fieras” nos da a conocer solamente una breve parte de su experiencia del aquel lejano verano de 1936, donde ocurre la sublevación fascista, la colectivizacion de los medios de producción para los trabajadores, (revolución proletaria con tintes anarquicos) y resistencia republicana (tanto por parte de Republicanos, Comunistas, militantes del POSE, y como no, militantes de la CNT).

Como Grupo Anarquista La Boina decidimos publicar lo que se vivió los primeros días para Armand Guerra. Este ejercicio que queremos hacer como Grupo es para entrar en un imaginario que como se vivia en lo cotidiano. Pensar el ambiente del día a día, en esas calurosas calles de Madrid, de aquel lejano verano de 1936.

Editorial La Malatesta: A través de la metralla es algo más que un libro, algo más que un diario de guerra, algo más que los recuerdos de un cineasta en la confrontación civil de 1936, es, por encima de todas las cosas un testamento vital. Pero no solo de quien lo escribe y lo vive en primera persona sino de toda una generación de hombres y mujeres que crearon, desarrollaron y vieron perecer bajo las botas del fascismo, brazo armado del capital, la Revolución Social.


La vida y la obra de Armand Guerra, genial cineasta, permanece ignorada no solo entre el gran público sino también entre sus compañer@s de ideas. Sirva este libro para sacar de nuevo a la luz las vivencias de alguien que solo quiso un mundo nuevo donde poder vivir libremente.

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Un poco de Armand Guerra [1886-1939]:

Armand Guerra es el psudonimo de José Estívalis Cabo, cineasta, periodista, escritor y anarquista.

Hijo de campesinos, trabajó como tipografo en Valencia, donde se afilia a la organización anarcosindical CNT, donde participa en diversas huelgas de ésta. Encarcelado, huyó a Francia y a Suiza y contactó con círculos anarquistas, como el Germinal de Ginebra. Estuvo después en Italia, Egipto, Atenas, Constantinopla, Constanza, Belgrado, Salónica… Escribe en Tierra y Libertad de Barcelona. Participa en la Semana trágica. Escribe también en francés e italiano en otras publicaciones con el pseudónimo José Silavitse (su apellido al revés) (Le Reveil eIl Risveglio). Traduce textos anarquistas del alemán y del francés. En París y en Berlín empieza a dirigir cine y a trabajar también como actor bajo el pseudónimo Armand Guerra. Estallada la Guerra Civil, participa en ella fundamentalmente en La Mancha. Sobre esa experiencia filma Carne de fieras (1936) y escribe A través de la metralla. Escenas vividas en los frentes y en la retaguardia (1937). Con una hija en París, se exilia al acabar la guerra y fallece en París a causa de un aneurisma en 1939. [Wikipedia]

Si bien, Guerra, estuvo tras el lente de diversas producciones, muchas de ellas están perdidas. Aunque hay un cortometraje y una película disponibles en la plataforma audiovisual Youtube disponibles para todo aquel o aquella que este interesada/o en su obra.

  •  La Commune [1914], sobre la Comuna de París, instaurada en dicha ciudad en 1871. (19 minutos aprox)
  • Carne de fieras [1936]  «Pablo es un boxeador casado con Aurora, una cantante de varietés. Un día, después de pasear por el Retiro y conocer a un domador de leones y a su bella ayudante, vuelve a su casa y sorprende a Aurora con su amante. Pablo desconsolado va a ver el espectáculo del domador» (71 minutos) FilmAffinity.

A través de la Metralla, Armand Guerra

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18 de Julio de 1936.

«No se me olvida. O se me olvidará nunca. Acabada yo de regresar a mi casa, en Madrid, en la avenida de Menénde Pelayo, 19, duplicado, después de un día de rudo trabajo. Desde las siete de la mañana hasta la caída de la tarde, había estado rodando exteriores de una película titulada “Carne de Fieras”, en los jardines del Retiro. La película la habíamos empezado el jueves, 16 de Julio. Yo era autor y realizador e intérprete de un papel especial. Como verán, no me quedaba tiempo para aburrirme.

Durante la tarde del sábado, se había rumoreado mucho sobre una sublevación fascista inminente. Pero, a decir verdad nadie daba crédito a la cosa…

Poco después de cenar, y cuando ya me disponía a acostarme, la radio de un vecino confirmaba el hecho. El Gobierno hacía un llamamiento al pueblo, ¡al Pueblo!, con mayúscula, al Pueblo de Madrid, para que acudiera a los centros que se indicaba para aprovisionarse de armamento y municiones, para hacer frente al levantamiento militar faccioso. Luego, era verdad. Y el pueblo madrileño no vaciló un segundo, respondiendo en masa a la llamada del Gobierno.»

19 de Julio de 1936.

En la mañana de ese domingo estival, Madrid estaba ya en pie de guerra. Un nutrido e incesante tiroteo en las calles daba la sensación de que los enemigos estaban bien decididos a triunfar. Se nos tiroteba desde las azotas de las casas, desde los balcones y ventanas, hasta en las esquinas de las bocacalles. Era un peligro circular aquel día por Madrid.

Nutridos grupos de trabajadores de las organizaciones sindicales y políticas, fusil o escopeta al hombro, recorrían las calles y plazas, localizando a los fascistas emboscados, que nos ametrallaban cobardemente, y dándoles su merecido. Empezó a zumbar el cañón, y sus disparos retumbaban en la ciudad. ¡Eran los militares sublevados del Cuartel de la Montaña, sito en la calle de Ferraz, cuya parte posterior daba al paseo Rodales!

El día fue muy accidentado para mí, desbordado como estaba mi trabajo. A eso de las seis de la tarde tomé un taxímetro y me hice conducir a la calle Luna, al local de Sindicatos de la C.N.T.

Debo advertir aquí que nuestro local había sido clausurado por la policía unos días antes, cosa que había ocurrido distintas veces por obra y gracia -¡Maldita gracia!- del Gobierno republicano de izquierda. Y aún el mismo viernes en la noche, víspera de la llamada del Gobierno a los trabajadores anarquistas, el local de nuestra Confederación continuaba clausurado y acordonado por los policías.

Nuestro local estaba ya abierto -¿cómo no?- y, en lugar de los policías que dos días antes vigilaban la puerta, ví a los compañeros que, como imponente aluvión de hormigas, entraban y salían precipitadamente, llevando y trayendo armas y municiones.

El aspecto del local de la Confederación en aquellos días lo llevo grabado en mi imaginación. ¡Con qué nobleza habían respondido a la llamada los eternos perseguidos y apaleados, los “bandidos con carnet”, como se nos llamaba a los anarquistas, a los trabajadores confederados!

Pero en el momento trágico, en la hora crítica en que el Pueblo se veía seriamente amenazado por los traidores militares, la eterna “cenicienta” de los Gobiernos españoles acudía, llena de entusiasmo, a la angustiosa llamada del Gobierno, su perseguidor, y devolvía bien por mal. ¡Así somos los hombres de la Confederación! ¡Que no lo olvide nadie!

Entré en el local y me entrevisté con mis compañeros del Sindicato Único de Espectáculos Públicos al que yo pertenecía. El momento era grave. Tan grave, que desde allí mismo di contra orden a mis ayudantes para que el trabajo del lunes, rogándole avisaran a todos mis artistas que se suspendía el rodaje de la película hasta nueva orden, a causa de las circunstancias.

Un grupo de compañeros nos dirigimos a la calle Ferraz, que estaba tomada por el Cuerpo de Asalto, para evitar más víctimas, pues los rebeldes habían matado ya a algunos de los nuestros con sus ametralladoras, emplazadas en el interior del cuarteles y con las que hacían un fuego ininterrumpido.

El hombre de la carretilla.1

20 de julio de 1936

Hoy es lunes; día de trabajo. Pero ese día de trabajo se ha convertido en día de lucha. Hay algo más apremiante que el trabajo: hay que aplastar a los sublevados. Tan sólo algunos comercios y oficinistas trabajan. Las calles madrileñas están repletas de gentío. Hombres, obreros en su mayoría, con armas o sin ellas, pero con la fiebre retratada en sus semblantes. Camionetas con gentes armadas desfilan por las calles, en medio de atronadores aplausos de la muchedumbre. Son los primeros grupos de milicianos combatientes que van a sofocar los levantamientos de los otros cuarteles, menos importantes, pero no por ello menos peligrosos. La calle de la Luna repleta de coches y camiones, vibra de emoción…

El Gobierno ha lanzado un ultimátum a los rebeldes del Cuartel de la Montaña, exhortándoles a rendirse y dándoles un plazo hasta las diez de la mañana; de lo contrario serán bombardeador por nuestra aviación.

Y, en efecto, a las diez y cuarto aparecen los aviones volando sobre el cuartel y dejan caer algunas bombas, que hacen muy buenos blancos…

A las once de la mañana se han rendido. Y penetramos en masa en el edificio. Centenares de muchachos, en mangas de camisa, aparecen con los brazos en alto, gritando: “¡Viva la República! ¡Mueran los traidores!” Son los soldados que, despojados de sus uniformes por los oficiales traidores, habían sido encerrados en los subterráneos del cuartel.

En el patio yacen en el suelo más de un centenar de muertos, casi todos oficiales. Muy pocos soldados. Y éstos -lo afirman los soldados-, son falangistas disfrazados de soldados que, por sospechosos, habían sido encerrados en el sótano…

La pesadilla del Cuartel de la Montaña ha terminado. También el Pueblo ha dominado los otros focos de rebelión.

Ahora hay que correr a los pueblos de la provincia. Las noticias que los locales de la Confederación se reciben son alarmantes. Alcalá de henares, Guadalajara, se han sublevado. ¡Y allá van los hombres de la F.A.I., los trabajadores de la Confederación, a aniquilar a los rebeldes! Les veo salir en mangas de camisa, pantalón azul, de trabajo, alpargatas y el fusil al hombro. No cantan, ni profieren grupos subversivos. Pero en sus ojos se lee la fiebre de la lucha y la voluntad inquebrantable de aplastar al enemigo. ¿Cuántos volverán?…

En las carreteras es un continuo hormigueo de autobuses, camionetas, coches, repletos de gente de todas las edades, abundando el elemento femenino. También ellas van a ofrecer su vida, como los hombres, a cambio de la tan anhelada Libertad. ¿Quién manda los grupos de combatientes? Uno. Un compañero; el que sea, con algún conocimiento guerrero, elegido por los compañeros del mismo grupo. Y en torno al responsable se agrupan sus camaradas y oyen sus concejos y obedecen sus ordenes. ¡Cuán lejos estamos de la disciplina cuartelera! Pero también, ¡cuán admirable es la autodisciplina de los hombres rebeldes y antimilitaristas! ¿Es un ejercito? No. Son un núcleo de guerrilleros que desconocen la instrucción militar, que serán tal vez diezmados por la metralla enemiga; pero que comprenden que no hay tiempo para aprender tácticas guerreras ni para hacer ensayos en maniobras. Y van al encuentro del enemigo, bien pertrechado y dirigido, con sus mosquetones defectuosos, sus fusiles, sus escopetas de caza. Los hay que van con pistolas, con garrotes, con sables arcaicos, con lanzas anacrónicas. ¡Hasta con piedras!

¡Ah, las piedras! ¡Las gruesas piedras lanzadas con honda y con una furia incomparable!¡Cuántas víctimas causaron al enemigo! Y es que, tras las piedras, había un hombre, había un corazón grande, había un irresistible deseo de vencer, un entusiasmo y una fuerza arrolladora, pues que los hombres de las piedras defendían la Razón, la Justicia, y la Libertad del Pueblo trabajador. ¡Y esa era su fuerza! Y con esa fuerza se lograba reducir al enemigo hora por hora.

¡Alcalá ya es nuestro! ¡Guadalajara ha caído en nuestro poder! ¡Luchamos en Sigüeza!” Estas noticias afluían a la capital, centuplicando el coraje de los milicianos, engrosando los núcleos de combatientes espontáneos…

Leonardo dos Santos Morales era un intelectual portugués, comunista perseguido en su país y refugiado en Madrid, a quien yo había dado albergue en mi casa, por la amistad que a él me unía. Muchacho fino, elegante, educado, pacífico, pero enemigo irreconciliable del fascismo. Este camarada vino a casa por la tarde, el sexto día del movimiento, vestido con un traje de mecánico de los combatientes. Ordenó sus papeles y objetos personales en su cuarto, y nos dijo:

– ¡Me voy a la sierra! Los fascistas atacan por allí. ¡Salud y buena suerte, si no nos volvemos a ver!

Y, en efecto, no nos volvimos a ver. Tres días más tarde, la Prensa madrileña daba la noticia de su muerte en el Guadarrama, destrozado sus pulmones por un cascote de metralla. ¡Pobre Morales! ¡Huyendo de los fascistas de tu país, viniste a España a morir asesinado por los fascistas españoles!

Los tiroteos en las calles de Madrid continuaban. Sin duda esperaban los miserables fascistas que las hordas de sus jefes iban a penetrar en la capital, y que mientras tanto, ellos asesinaban al Pueblo desde sus casas. Las brigadas de investigación y guardias de los edificios y de las calles se organizaron con increíble rapidez. Y fue tan acertada su labor de depuración, tan eficaz su actuación, que pronto la capital recobró su aspecto normal, su tranquilidad interna, apenas turbada por el continuo rodar de los automóviles y de camiones transportando a los combatientes a los frentes de combate…»

«Armand Guerra fue un personaje de vida aventurera y novelesca. Tenía una cultura y amaba la acción. Por eso estuvo al lado de los revolucionarios; por eso quiso ser «sembrador de rebeldías» y del ideal anarquista. Temperamento artístico y creador, quiso volcarlo en el cine. Tal vez aspiro a ser un gran actor; pero sus dotes de escenarista y director, quedaron confirmadas. Es lamentable que su compañera, por miedo, destruyera toda su obra cuando entraron en Perpiñan los alemanes…» Vicenta Estivalis y Antonia Fontamillas

«¿Fue Armand Guerra un buen cineasta? Desgraciadamente, ningún otro film suyo se ha encontrado en las cinematecas, salvo fragmentos de sus primeras películas realizadas con medios míseros, lo que dificulta el poder hacerse una opinión de su valor artístico. Incluso el último que rodó, «Carne de fieras», tuvo que hacerlo bajo las bombas, con frecuentes cortes de electricidad y con el ansia de terminarlo pronto para partir a filmar al frente. Quedara como una figura casi desconocida del cine a menos que…» Armand Guerra, cinéaste et anarchiste». Eric Jarry. Le Monde libertaire.

1Decidimos no incluir este breve capitulo, puesto que no lo encontramos como indispensable para el objetivo de la reproducción de este estrato. Pero lo ponemos a disposición de quien desee leerlo para no intervenir en la curiosidad de nuestras y nuestros lectores.

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