La ley de jubilaciones de 1924 y la posición del anarquismo en la Argentina

Por Luciana Anapios
Extraído de Scielo

Debido al debate que hay en en el territorio dominado por el Estado de Chile en el tema de las pensiones encontramos pertinentes sumarnos al debate. Puesto que creemos que mas que marginarnos a las discusiones que les están importando a las personas que cuestionan las AFP, tenemos que proponer algo. Ante ello pensamos que sería de utilidad compartir con uds esta investigación de la profesora Luciana Anapios, que trata sobre la Ley de pensiones en Argentina por la década del veinte y la posición de los anarquistas en ella.

Ojo, compartimos solo la introducción de la investigación pero pueden descargar el articulo completo [Aquí]
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Resumen
«El objetivo de este artículo es analizar la posición del movimiento anarquista argentino frente a la ley de jubilaciones de 1924. Justamente por tratarse de una de las corrientes de la izquierda local que se opuso firmemente a su aplicación, esto permitirá poner en discusión algunos supuestos que han predominado en las investigaciones sobre el tema. La conformación de un consenso favorable a la intervención del Estado en las relaciones obrero patronales en Argentina fue parte de un proceso histórico que se dio justamente en los años de entreguerras. Partir de este reconocimiento permitirá analizar las diferentes posiciones que la ley provocó dentro del movimiento obrero organizado y particularmente la del anarquismo que, como veremos, no fue homogénea ni sus argumentos fueron sólo producto de sus principios doctrinarios. La oposición de las centrales obreras debe ser analizada y problematizada porque forma parte de ese proceso histórico y es fundamental para comprender y explicar el fracaso de esta ley a mediados de la década de 1920.«

Introducción

En los primeros meses de 1924 las principales centrales obreras de la Argentina declararon la huelga general contra la ley de jubilaciones propuesta por el Poder Ejecutivo y sancionada por el Congreso. En un período que ha sido caracterizado por la historiografía y por los principales trabajos sobre legislación laboral en Argentina como de «relativa calma» y de «baja conflictividad social», el análisis detenido de las huelgas y manifestaciones obreras contra una ley que en principio parecía beneficiar a los trabajadores, puede brindar nuevas claves. Los trabajos más importantes que han abordado el análisis de esta legislación se han detenido principalmente en el rechazo de las organizaciones empresariales, han caracterizado la posición de los sindicatos como producto de su «ceguera» ante una legislación que «beneficiaba a los trabajadores» y han señalado que quienes se opusieron no fueron «los obreros» sino sus dirigentes, que además no habrían sido mayoritarios.

Este artículo retoma la posición del anarquismo frente a la ley de jubilaciones de 1924 justamente por tratarse de una de las corrientes de la izquierda local que resistió firmemente su aplicación. Esto permitirá poner en discusión la idea de que la ley beneficiaba a los trabajadores y sostener en cambio que la conformación de un consenso favorable a la intervención del Estado en las relaciones obrero patronales en la Argentina fue parte de un proceso histórico que se dio justamente en los años de la entreguerras. Partir de este reconocimiento permitirá analizar las diferentes posiciones que la ley provocó dentro del movimiento obrero organizado y particularmente la del anarquismo. En primer lugar, la recepción de la ley no fue homogénea y las diferentes posiciones dependieron de qué sector la interpretara; en segundo lugar, en su rechazo a la efectivización confluyeron una serie de factores que iban más allá de la fidelidad a sus principios doctrinarios. La oposición de las centrales obreras debe ser analizada y problematizada porque forma parte de ese proceso histórico y es fundamental para comprender y explicar el fracaso de esta ley a mediados de la década de 1920.

Si bien la huelga general de 1924 logró su objetivo -impedir la aplicación de la ley de jubilaciones- fue vivida por el anarquismo como un fracaso. Esto se debió, sobre todo, a que durante la medida de fuerza se hicieron evidentes las diferencias entre sus corrientes internas y las bases sobre las que se sustentaba el conflicto. En la década del veinte el movimiento estuvo atravesado por una serie de disputas que permitieron la conformación de dos corrientes claramente diferenciadas. Las principales divisiones se dieron en torno al periódico La Protesta y la FORA, por un lado, y las publicaciones La Antorcha, de Buenos Aires, Ideas, de La Plata y Pampa Libre, de General Pico, La Pampa, junto a una serie de agrupaciones y gremios autónomos, por otra. Lejos de contribuir a su fortalecimiento en la escena local, la huelga general de 1924 intensificó la distancia entre los diversos sectores que conformaban el movimiento anarquista y aceleró la toma de medidas disciplinarias por parte de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). Veinte años antes, en 1904, el movimiento libertario había liderado la oposición a la ley del trabajo. En aquella ocasión, el enfrentamiento al Estado y la ley había permitido superar diferencias siempre presentes. Los años veinte en cambio le reservaban al anarquismo una serie de desafíos externos e internos frente a los que no pudo garantizar una acción unificada.

Este artículo propone analizar las huelgas y manifestaciones contra la ley de jubilaciones en 1924 a través de la intervención del anarquismo ya que esto permite dar cuenta de sus características, sus contradicciones y los problemas que atravesaron al movimiento en la entreguerras. El énfasis en la acción directa y la capacidad para estar presentes donde existieran demandas insatisfechas constituyeron su característica fundamental  y explica en parte su atractivo y su fuerza a comienzos de siglo XX. En un contexto político cerrado a la interpelación al Estado el anarquismo supo cubrir las demandas populares y esta capacidad ayudó a consolidar su presencia como actor político.

El período de entreguerras lo enfrentó a una serie de desafíos nuevos que repercutieron en las formas y repertorios de acción colectiva. Si bien muchos de los símbolos y ritos pervivieron -las banderas negras, los recorridos por el centro porteño y las plazas características de los anarquistas, por mencionar sólo algunos- su significado experimentó cambios. Las oportunidades para ocupar la calle durante la entreguerras fueron significativamente menores que durante la primera década del siglo y, en consecuencia, debieron enfrentar los dilemas que les imponía la coyuntura.

Por un lado su  capacidad de movilización y las formas de ocupación del espacio público se vieron atravesadas por las profundas divisiones internas que implicaron posiciones enfrentadas frente a determinadas coyunturas, un uso diferenciado de las calles y plazas del centro porteño y repertorios de acción disímiles. Por otro lado, su capacidad para interpelar al movimiento obrero organizado declinó en la competencia con otras fuerzas de izquierda. Durante la década de 1920 los gremios estratégicos ya no pertenecían a la FORA anarquista, sino a la Unión Sindical Argentina (USA), integrada tanto por sindicalistas como por comunistas que llevaba la delantera a la hora de organizar a los trabajadores. En este sentido el anarquismo actúo a la zaga del sindicalismo que era quien imponía la agenda de las demandas obreras.

En este contexto debieron enfrentar el desafío de adaptarse o perder peso entre los trabajadores. En el discurso continuaron anteponiendo las huelgas solidarias antes que los reclamos económicos. Pero en la práctica diversas corrientes adoptaran estrategias diferentes. De este modo, la condena a los reclamos salariales y por condiciones de trabajo -que eran apoyados muchas veces a regañadientes porque no impugnaban al sistema sino que tendían a legitimar los canales institucionales de acción- eran acompañados por el apoyo vacilante y a último momento de estas acciones por temor a ser desbordados por la central sindicalista; de la misma forma que la condena a la unificación con sindicalistas o comunistas no impedía que en coyunturas concretas actuaran juntos.

El anarquismo continuó siendo un interlocutor de peso dentro de las tendencias obreras y las mismas características que contribuyeron a su lento declive le permitieron ponerse al frente de los reclamos más combativos y solidarios. En este sentido, no es un dato menor que en las dos huelgas generales convocadas a partir de 1922 los anarquistas tuvieran un rol clave, aunque no siempre exitoso.

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